La semana Santa se vivía con sumo fervor. Aprovechando la ocasión algunas chicas se vestían de negro, se colocaban la teja y la mantilla. Durante la cuaresma había gente que practicaba el ayuno y la abstinencia los viernes. Durante el Jueves Santo se podía comer de todo; no así al siguiente día, que exigía cumplir con rigurosidad extrema el ayuno y la abstinencia, es decir, se pasaba hambre voluntaria por amor a Dios. Tomar por descuido embutido era motivo de confesión.
Con el «Comer de viernes» apareció una cocina especifica. El cocido diario se sustituía por un potaje de garbanzos con espinacas y algo de bacalao y quien podía tomaba algún pescado (sardinas, arenques, bacalao…), escabeches y muchos huevos.
Se veía bien el abstenerse de diversiones: la música en exceso resultaba inadecuada y por las emisoras se oía música sacra. En los cines se ponían películas de carácter religioso, las salas de baile se veían obligadas a cerrar e incluso a los esposos se les pedía continencia sexual, siguiendo una decretal de un pontífice del siglo IV. Había muchas procesiones por todas las ciudades y pueblos.
El “monumento”, o sea, la exposición en el altar que simboliza a Jesucristo muerto, era bien cuidado y estaban cubiertas con lienzo morado las imágenes de los santos. No había bailes y solo a partir del Sábado de Gloria se podía de nuevo bailar. Eran días de meditación y penitencia y todas las manifestaciones de risas o cantos estaban proscritas. Por esta época se podía comer carne si se pagaba una bula.
En la actualidad la gente sigue yendo a las iglesias, hay procesiones, pero algunos aprovechan estos días para irse unos días de vacaciones. .