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Salazar - Burgos

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España > Burgos > Salazar (Villarcayo de Merindad de Castilla la Vieja)
24-01-06 18:40 #172549
Por:Hobo Vira Cel

Del sucedido en la encina de Zozana
Es común maledicencia, tanto que se da por cierta incluso por las cabezas más sensatas de la villa, que mucho no lo son, el asunto relativo a suceso acontecido al pie, o no muy lejos, de la encina de Zozana, lugar en el que, según cuenta los mentirosos viejos del lugar, se reunían en las noches de la canícula las brujas de nuestro pueblo, no quedando brizna de hierba por tapar de su entonces esplendorosa campa. Y refiérese a quien con el tiempo, llegó a se canónigo de diócesis o archidiócesis vecina y padre de algunos fieles, así manteniendo la casta en el depositada por aquel despreocupado progenitor que, eufórico general, no supo retirarse a tiempo.
De generación en generación se ha contado que habiendo accedido al feliz estado de viudez un pastor de ovejas vecino de la villa, pudiendo serlo por su número de sus hijos e hijas, requirió los cuidados y auxilio de buena moza (no se matizaba sin foránea o hija del lugar, o no se recuerda), la cual puso tal empeño en sus nuevos deberes que no sólo cuidó la hacienda e hijos del viudo, sino que aumentó ambas riquezas. Lo primero a base de ejercitar el poco gasto y aprovechamiento de lo que por común encontraba, dentro o fuera del hogar. Lo segundo, por culpa de un reclinatorio que en casa del viudo en desuso desde que la legal esposa le diese su hasta entonces último hijo, al que prometió sacarle partido y restauración, no por respeto a aquélla, sino por ver en ello vía de tocar labor de criada por los deberes conyugales. Poco importó al viudo la mucha y pronta piedad manifestada por quien de sus vástagos cuidaba, e incluso animábala con asiduidad a reclinarse juntos, pues en otro lugar con intimidad no contaban al copar el gran número de hijos los escasos centímetros de las sus únicas camas que en su casa había. Puso inicialmente el triste exmarido mucho cuidado en que el número de zapatos no aumentara, pero, como la habitualidad en el riesgo relaja toda vigilia, en una cuaresma en que ambos tampoco desdeñaron la carne, vino por su poca conciencia Dios a castigarles, de tal manera que para los Reyes del año siguiente una par de zapatos más, de haberlos tenido, hubieran puesto.

Quemó el pastor, siendo ya tarde, aquel maldito reclinatorio que a su antigua usuaria había ultrajado, maldiciendo a grandes voces el beneficio obtenido por la criada. Sea por ello o porque estos negocios con el tiempo van haciéndose evidentes, los parroquianos comenzaron a murmurar y, abundando entre ellos los "ca rones", pronto empezó el ingenio a hacer chistes y mofas acerca de la confianza que el pastor había dispensado a la criada, y esta a aquél, que hasta el cura hubo de elevarse al púlpito en tiempos de las mayas a poner coto a todo ello, no sin incidir en la causa del pecado, lo cual aun acrecentó más el escarnio público.

El hombre de Dios y sus más próximas fieles, frecuentadoras de reclinatorios, pusiéronse prestos todos en recogimiento tras las novena de la última semana de Mayo, y tras las preces y cánticos a la Virgen del Domingo por la tarde, reuniéronse a en común a fin de verbalizar lo que sus ingenios habían alcanzado. Hablose poco, siendo el licenciado al que más se le oyó, como es fácil colegir dado sus estudios y conocimiento del confesionario. Y juzgó oportuno que debía obrase de la mejor manera que cundiera el buen ejemplo entre sus ovejas, apartándolas de toda tentación, y que adelante solo la vicaría podría tener criada (o sobrina, como él, que venía a ser lo mismo), y que los demás, viudos o casados (que esto último no era garantía) habrían de apañarse con lo que habían. Y que para remediar aquél suceso, se enviaría a la criada a la ciudad en la que él había cursado teología, que en aquellos tiempos no era aún nuestra capital de provincia, y en ella habría de dar desenlace por natural término al compromiso. Y que, mientras tanto ello sucedía, ganaríase lo que hubiera menester cuidando a los que en el futuro serían sus colegas en las ciencias divinas, los cuales no prestarían tan poca observancia a la cuaresma como el pastor.

Partió la criada para no más volver como tal a Burgos, pues aprendió oficio con los estudiantes, los cuales de buena gana la adiestraban en los libros a cabo de los poco que ella podía ofrecer. Pero como de hasta en lo malo la vida ofrece enseñanzas, la criada fue despertando del atontamiento en que se hallaba, muy común en aquellos tiempos, y dedujo que todo vale lo que se paga, y en adelante no hincaba rodilla en reclinatorio ni limpiaba sayón sin moneda , lo que le fue procurando un pequeño tesoro que muy cerca de su hijo guardaba. Fue a finales de Diciembre cuando la mujer hubo de suspender ya cualquier actividad, por bienintencionada que fuera, pues aquél igüedo se prestaba a ver mundo. Por fin puso pié en él, mereciéndose los cuidados de la madre, cuyos pequeños ahorros le permitieron dedicarle unos meses de exclusiva atención. Mas pronto volvió la madre al trabajo, que por lo que ya era vocación echaba de menos.

Enterándose el pastor de que su pequeño vástago había nacido, entróle un bestial animo de conocer al último de su prole, amén de un pequeño recuerdo de a quien en los últimos meses había olvidado entre las ovejas, y en confesión pidió opinión al cura sobre su intención de ir a conocer al hijo, y conocer a la madre. Saltó dentro del confesionario el pastor de almas al oir tal cosa que desmeritaba todo el arreglo por él elucubrado, y al borde de uso de vocablos poco usuales en los hombres de Dios, le intentó disuadir de tales pensamientos, maladiciéndole y deseandole que, si así fuera un mal rayo le partiera a él y a su rebaño. A punto estuvo de incluir a los hijos, si tan bien no hubiera sido formado en el comedimiento y templanza de ánimo. Salió el pastor muy avergonzado de la iglesia de San Esteban, y dirigiose al monte, pues era lugar donde mejor pensaba y relajaba. Y dado que llevaba tanto tiempo en que sólo había visto ovejas desde la partida de su dueña, y por que le había llegado noticias del buen oficio adquirido y fortuna alcanzada por ésta, que nada le pareció bastante amenaza ni riesgo que le impediera realizar el viaje a Burgos. Así que allí partiose un Domingo, dejando a sus hijos solos en la iglesias sabiéndoles alli bien cuidados, y las ovejas en el Robladillo. Nada se sabe de su llegada a la ciudad y de su reencuentro con la nueva madre, pues la historia se recrea a continuación en los espasmos y blasfemias en que, por culpa del pecador, cayó el cura cuando supo de la ausencia del villano, herido más en su orgullo que en su labor de pastor de almas. Y fue antes del Rosario de la tarde cuando el mismo alcanzó el púlpito manchado por la mañana y, sin evitar nombrar al protagonista de la historia, contó con detalles, unos conocidos y otros trenzados por su imaginación, la triste historia, y advirtió de la vigente amenaza que en confesión había proferido al padre de la criatura a fin de desengañarle de su intención, y que ello había sido en vano, pues sabía que pecando de nuevo , cómo si no, se hallaban en la ciudad que a él no le dio sino brillo en su testa. De tal arrebato fue el teólogo preso, que no dejó de traer a colación cualquier castigo propinado por Dios a los que a tal menester eligió Él, según las escrituras, unas veces de forma poco adecuada y en otras muy forzada, como el caso en que habló del viaje de José y María a Belén. La larga verborrea, lejos de apaciguar su ánimo, no hizo sino enrabietarle más, pues sabía que no lograba traer al caso la cita bíblica más oportuna, y que ello comenzaba a inquietar al resto de los parroquianos, a los que no se les alcanzaba tal dedicación de su vecino José. Y, por saber poner freno a tiempo, cayó en estado de apoplegía, el cual no fue el primero pero sí la primera vez en que no fue confundido con estado místico alguno, como le ocurríó siendo aún imberbe y que animó a sus padres a llevarle al colegio de teología. En tal estado hallose el cura casi una semana, que a punto estuvo de no estar presto el domingo siguiente para las Misa de la diez, en la que, de cualquier manera, hubo de renunciar al sermón, por única vez en su dilatada vida pastoral.

Volvió el párroco a sus labores muy sosegado, debido ello, más que a un delicado raciocinio, al mortal miedo a iniciar otro tránsito como el de la semana anterior, que pudiera no tener retorno, dejando la casa pastoral sin morador. Fraguóse la voluntad de tomarse las cosas con mayor sosiego, e intentar alcanzar a sus ovejas, de allí en adelante, con su consejo y no con su amenaza, y no erigirse en ejemplo para nadie, ni juzgar precipitadamente las conductas humanas. En fín, proponíase no ser reconocido por nadie, y así hubiera sido si tales propósitos le hubieran durado más de otra novena, que no fue el caso. Pero en tal rapto, le vino a la cabeza el mal trato que había dado al pastor y lo poco comprensivo que había sido con su piedad, y comunicó a las parroquianas más próximas que les hicieran llegar, a los nuevos padres, su perdón y comprensión, y que les rogaba retornaran pronto al pueblo y así restablecer el censo, más no aumentarle, por lo que el retoño había de quedarse en hospicio o pudiente familia que conocieren en la capital.

Bien porque el pastor de bestias tuvieran más fuste que el de almas, o por que la criada hubiera cogido ya el natural apego de una madre por su hijo, esto último obviaron, y así llegaron al pueblo un domingo de junio por la mañana en que, a pesar de ser el día del Señor, nuestro querido cura había declarado laborable dado el estado avanzado de las habas. Y por tal no fueron vistos sino hasta una semana después, en la que los dos padres retomaron los tiempos perdidos, que de súbito rememoraron al amparo de una magdalena, campeando por la Quemada, Pedrecos y Zozana con total despreocupación, sabedores de la plena dedicación del resto de sus convecinos a las eras y sus habas, como en textos anteriores se ha descrito. Por tal motivo no eran pocos los naturales que envidiaban al pastor en sus bucólicas y no tan bucólicas hazañas.

Algunos Gerundios Campazas apelan continuamente, más por envidia que por su raciocinio, a la justeza divina. Sea por ello o debido a que en el mes de Junio las tormentas en Salazar no son extrañas, lo cierto es que una tarde los novios parecieron encontar el castigo a tanta licencia sin permiso, y sucedió que encontrandose folgando al pié de la encina de Zozana, les vino a caer un rayo encima, que a ellos estuvo a punto de matar, y al árbol dejó en muy mal estado, hueco en sus adentros y con dos aberturas al exterior, una en la parte de superior, a la que sin embargo no privó de rama alguna, y otra al pie de simbólica imagen, o así le pareció al pastor, que en breve interpretó el suceso, una vez salido del embarazo, como la materialización de la amenaza que le lanzara otrora el cura, pues había mil veces incumplido su voluntad. Y tal miedo entrole en el cuerpo, que hubo de ir a aliviarse tras unos carrascos, en donde quedóse más vacio que la encina. Menos le afectó a la mujer, quizás por hallarse en el momento de la caída del rayo en escasa disposición de advertir el natural meteoro.

Al pastor le entró un gran angustia por lo que el suceso podría tener de pago de deudas con la justicia divina, y en previsión que con aquello no saldaba sus obligaciones, dirigióse raudo a la casa pastoral solicitando el auxilio del párroco, prometiendo que al momento la criada pasaría a ser su ama, que quiere decir su esposa, y que adoptaría al niño de ambos.

Aceptó el cura participar en el arreglo de la causa que originaba el desasosiego al pastor, pero impuso la condición de que el niño nacido antes del matrimonio, fuera, como inicialmente se propuso, en hospicio internado o acogido por gentil familia de la capital, en la que buenas y cristianas decentes había de haber, dada la misera que ostentaban los miserables que habitaban los puentes y orillan del Arlanzón. Y que hasta que la boda se celebrase, la criada se apartara del novio, por mejor evitar uniones ilícitas y poco morales, del tal manera que se fuese a vivir hasta entonces con su sobrina, y por tanto, con él. Y así fue que la criada hubiera enfriado el resto del verano de no ser por que la sobrina, si bien no era docta en temas espirituales, aventajaba a aquella en cuestiones y aficiones que la habían llevado a tal situación, y en breve tiempo cultivaron tan gran confianza y amistad entre ellas que pocos bienes y secretos dejaron de ser compartidos, llegando el tío a estar tentado de coger nueva sobrina. Algo de todo aquello debió alterar el ánimo del pastor, que a los pocos días por la mañana aporreó la puerta de la vicaría, que no fue abierta, y se aventuró en la sacristía amenazando al cura y exigiéndole inmedita boda, pues de lo contrario habría de condenarse por pecados mas graves que los que hasta entonces había cometido con la criada, y que ayudarían al vicario a ganar mas prontamente el cielo.

Mucho debió convencer el pastor, que al domingo siguiente ofició misa de casamiento sin amonestación previa alguna, dispensa que sólo se observaba en muy contadas ocasiones, como espera el juglar sea ésta. A tal acto acudieron los hijos del pastor, la sacristana, las sobrinas del cura, éste y los novios, siendo éste trámite tan breve como después resultó la comida nupcial, limitándose ésta a unos pocos quesos y vino tan picado que parecía de segunda mano o garganta. No fue así para los recién casados, que parecían estuvieran por estrenar algo, si no fuera apor el griterío de los hijos del novio.

Con poco diplomacia pasó el trago el Pater, que se retiró en cuanto pudo a su casa con su sobrina, en la que repasaron los pecados habituales. Por el Vallejo de la Torriente corrieron los novios al Robladillo, y alcanzando en breve la Canal, llegaron hasta su casa por la Calzada, en donde se aprovisionaron de viandas y buen vino. Sabiendo que la prole no entendería de celebraciones nupciales privadas, se retiraron al monte a esconder sus aficiones, llegando a tal efecto a la cabaña que en el Corralón se hallaba, cerca de unas cuevas. En tal lugar holgaron casi una cuatro días,. Tiempo excesivo si opinión diera el cura, que aguardaba impaciente en el pueblo a terminar el negocio, esto es, a que los padres enviaran a su hijo a la capital. A regañadientes acepto el padre el requerimiento del religioso, y más de una lágrima vertió la madre, pues fueron dos, puesto que la mucha dedicación que exigían los otros hijos de la casa dejaban poco tiempo para remordimientos. Por otra parte, pensaba que en la ciudad su hijo medraría mejor que en la Arcadia, como a ella en poco tiempo le había sucedido.

Y así fue que el vástago llegó a la ciudad en la que fue acogido por familia adinerada y ávida de amor filial, que perdió interés en él conforme fue creciendo el número de hijos naturales, por lo que su padres adoptivos convinieron en ingresarle en Colegio Menor, que luego fue Mayor, y finalmente Facultad de Teología, en que se licenció, tomando posteriormente hábitos y finalmente coronado cura. Le siguió una muy grande carrera religiosa que dio lustre a su lugar de nacimiento y mejoró su cuna, y que fue sabiamente compaginada con el ejercicio de las debilidades humanas a las que por genética se hallaba atado. Llegó a archipreste, siendolo de archipestazgo cercano a la Arcadía, por lo que fue objeto de muchos ruegos y peticiones por parte de los vecinos, cura y padres que le habían de pequeño aborrecido, siendo un gran valedor de todos ellos en diversas empresas, de alguna de las cuales se hablará mas adelante. Pero por muy lejos del pueblo y de los hábitos de los padres y convecinos que se creyera, ningún año dejó de visitar el día de Sábado Santo, por no coincidir con la chiquillería del pueblo el Domingo de resurrección, la encina de Zozana bajo la cual sus padrés brindaron por su llegada y estuvieron a punto de morir luchando, recibiendo de Dios, por su empuje, una segunda oportunidad.
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