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Salazar - Burgos

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España > Burgos > Salazar (Villarcayo de Merindad de Castilla la Vieja)
12-01-06 17:05 #164483
Por:Hobo Vira Cel

De al lado de la Arcadia, Volumen II (adenda primera quater)
Parecer pudiera que los exabruptos ayer clamados acerca del origen del Euskera no son debidos sino a una evidente animadversión del juglar por el mismo, por no ser muy capaz de uso en sus tratos con las bestias, que para tal uso sin miramiento así mismo se acostumbra a utilizar. Pero abandonemos el tema para mejor ocasión, que sin duda habrá, y centrémonos en el verbolarí con el que me parapeté, sin éxito, días ha, cuan cobarde erizo incapaz de enseñar su cara. Tratemos de perfilar la causa de su envenenado ánimo, que debe ser buscada en el mismo, y no afuera, tentación en la que no pocas veces cae la gente de poco brío y mucho miedo a conocerse a sí mismo.

Con parca altura había Dios envuelto el alma del verbolari, fuera por no malgastar en él alimentos que más cundían en padres y hermanos, o fuera por acomodar su figura a la grandeza de su ánimo. No quiso Dios, sin embargo, en su justeza, que el conjunto fuera desapercibido por el resto de los mortales, y dotole de singular cara de ojos en eterna sorpresa, bien fuera ello debido a que en su juventud abundó en miramientos de su antes atrofiado miembro, o a que por razón desconocida quisiera vengarse de maltratado hijo. Cruzaba su cara nariz que desde pequeño pudiera haberse prestado su padre, que debía andar escaso de orejas, pues a su descendiente paracían habérselas arrebatado. El cuerpo que, como digo, mucho no había medrado, conformábase con cualquier cosa para que su pudor fuera tapado, y así, lo mismo fuera adornado con talego de garbanzos o calcetín de jereto, la mitad de la vestimenta le venía sobrada. Nada se sabía sobre su edad, pues en luctuoso día su padre lo encontró en casa, a la que llegó sin mucho aviso, bien porque todo lo pequeño es más rápido, o porque no se percibe que ha llegado. Luctuoso día, digo, pues al padre le sobrevino cólico miserere, que se sabe era entonces cosa seria, interpretábase que bien de la alegría, del poco aviso sobre el sucedido natalicio, o quizás, y ello se oía ya de la peores lenguas, que no escaseaban ni faltan en tal cumplido pueblo, debido a que no había sido invitado en la petición del niño. Sean por lo que fuera, que el mismo día que la madre encontró a la criatura, perdió al marido, cosa que no le arrugó mucho pues hasta allí poco le había hecho falta, al menos en lo fundamental. Como digo, comadrona alguna arriesgó su fama en aseverar si tal día había nacido o si llevaba días, o semanas, entre la enaguas de la madre, pues su poco tamaño no habría dado aviso a su progenitora. Sea pues que le faltara el correspondiente recibimiento cuando a este mundo llegara, o por Dios sabe qué causa, el caso es que el niño creció mudo hasta muy alta edad, y no fue sino cuando en el lavadero de la casa de Eulalio vió por fin la primera pierna, que se le oyó el primer gemido, que fue a la par que expresivo, el firnal de corta actividad. En adelante no abundó mucho en conversación ociosa ni provechosa, creyéndole la mayoría que ello se debía que cultivaba un carácter introvertido o poca afición a la especie humana, si bien su madre, aunque lo callara, más tentada estaba que ello se debía a que había tenido un hijo corto no solo de talla.



Lo dicho puede ilustrar cuan extraordinaro se me antojó que aquella tarde obsequiarame con su sabiduría acerca de la fauna local, y no descarto lo hiciera con alguna velada intención, sabiéndome amante de componer versillos poco amables sobre los ilustres del pueblo.

Le tocó en suerte mujer magnífica de perímetro y suelta de verbo, aunque le resultara difícil articularlo e imposible en papel retenerlo, lo cual, lejos de acobardarla, la llenaba de cierto y raro orgullo, pues sabiáse era el último ejemplar de nuestra Arcadia en tal recato. Tarea complicada la iniciada por el verbolari aquel día de San Pelayo, en que contrajo relación con aquella hembra, que era la primera, sino, decíase, para ella, sí para él. Pues que mayor desproporción no pudo verse antes entre una nueva pareja de Igüedos, naturales o de credo, aunque otros, los más próximos, apelaron a la complementariedad de cada uno, sobrándole a uno lo que no le llegara al otro. Y así, siendo, como se ha dicho, él de limitada figura y escaso de sombra, ni la lana de todo el rebaño del pueblo bastara para hacerse ella prenda, aunque estilara tal paño con tela de dudoso origen, que en remiendo era maestra. Contando la esposa verborrea incontenible (casi siempre vana o, a los más, faltona), materializada en numeros refanes y decires de cuyo sentido no siempre era dueña, faltarale a él mayor valentía para unir dos verbos seguidos sin mediar larga pausa, ello consecuencia no de la búsqueda de las expresión más adecuada a su pensamiento, si no a la dificultad con que éstos le maduraban bajo la boina. En fin, que más respetado era el verbolari por ser el marido de su mujer que por sí mismo. Lo cual fue causa de no pocas noches de duermevelas, en que no encontraba asiento en colchon al lado de figura de tanto peso.
Terminó por hacerse una idea más o menos acertada de la razón por la que los vecinos, próximos o lejanos, preocupabánse por la salud de su mujer y no la suya, y saludaban siempre en primer lugar a aquella, a la que siempre se dirigían en todo negocio que afectara a los dos. Y concluyó que públicamente había de quedar claro que, de los dos, él era el más preclaro y el que tiraba del carro. Más de una ocasión hubo en que oyósele faltar a su mujer a voces cuando araban predio o segaban tallos, mediante voces e insultos, a los cuales la mujer hiciera no oirlos, y otras en que aseguraba, en los momentos públicos de abrevadero, o a la entrada de la iglesia, los domingos, que en su casa, de noche, él araba, y no era otra la que hacía surco. Y tales follones y aseveraciones adornábales finalmente con impropedio que no se reproduce por que uno, a pesar de no ser bachiller, estuvo preso, y ello siempre cultiva el buen hábito. Solo decir que todos sorprendíamosnos con su uso, por lo poco adecuado, habida cuenta de su mala experiencia de joven en la defectuosa bajada de un árbol. Y tanto abundó y abusó en tal mal vocablo, que terminó por azuzar la lengua de los maledicientes, y luego laxando la de sus pocos amigos, denominándole, en su ausencia, por un derivado. Incluso su mujer, en las tardes de siembra, usaba el mismo, si bien él prefirió pensar que no debía ser sino loa por el mucho sudor y agotamiento que el ejercicio de causaba. Sea por lo que fuera, finalmente ganó el verbolari en autoestima, y, aunque nada medró en estatura, conducíase por la calle, iglesia o abrevadero con pecho tan enchido que pareciera más merecedor de la generosa gracia de su esposa, la cual terminó finalmente por ser la mujer del verbolari, que de ahí en adelante así fue por todos conocida. Con ello, determinó el esposo la situación normalizada a sus ojos y los del abrevadero, que más importancia tenía, aunque la esposa, sabedora de la sensibilidad de su marido, la mimaba y cuidaba, si bien no por ello la cosa, en el fondo, cambiara nada desde tal día de San Pelayo hasta el día en que nos abandonaron ambos, no para ir al otro mundo, sino por mejor posponer éste tránsito.
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De al lado de la Arcadia, Volumen II (adenda primer ter) Por: Hobo Vira Cel 11-01-06 15:18
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