Los caminos. Esos viejos amigos silenciosos Esta es mi aportación al libro de la feria este 2.011 Enero. No tardando mucho se extenderán sobre el cielo de Zalamea las ocho. Ocho latidos mágicos provenientes del corazón de bronce de las viejas campanas del Santo Cristo. La penumbra se va ocultando tras las esquinas empujada por la incipiente claridad. El sonido de mis pasos sobre el empedrado me persigue sin descanso cuando atravieso las amodorradas calles. Las bombillas de las farolas de la plazoleta del Cristo tratan de remediar las tinieblas de la noche en fuga, consiguiéndolo a duras penas. Son fechas navideñas. Unos cuantos paisanos, hacen cola en la churrería de Antonio esperando que rescaten del aceite hirviendo la espiral de jeringa, que rechina mientras va tomando su tostado color. Después se llevarán su desmembrado cuerpo envuelto en papel de estraza y lo saborearán recalado en café con leche. Como casi todos los días entro en la Parada, como casi todas las mañanas los mismos parroquianos hablando de sus cosas, mientras Pedro sirve el café de memoria. Alguno se atreve con un buchito de áspero aguardiente para entonar el cuerpo. Como entraron van saliendo, dispersándose entre el amanecer en busca de sus labores cotidianas, que supongo estarán esperándolos levantadas Clarea cuando salgo de la taberna, está fría la orilla, los gorriones revolotean por los tejados tratando de calentar sus cuerpecillos con discusiones acaloradas, los colorines trinan desde los árboles del Tablao, quejándose del céfiro a San Francisco que en su hornacina se protege del frío, arropado con su hábito de lana. Calle de la Feria arriba desemboco en la Plaza de la Constitución un poco transpuesta a estas horas, soñando con Isabel, con capitanes maltratadores, con generales y tercios de Flandes, con plebeyos cabreados, con José Calvente, perdón quise decir con Pedro Crespo, y como no con gente en mangas de camisa bajo el cielo estrellado del vehemente agosto. El Dystilo sigue de imaginaria con su testa adornada por nidos de cigüeñas. La fachada de la Iglesia de los Milagros con la cara despercudía, y la ropa reluciente. Animado atravieso el Callejón de las Ánimas hasta encontrarme con el Castillo de Arribalavilla. Allí sigue desde siglos atrás, con los botones rotos, la corbata desabrochada, y la camisa con lamparones de aceite. Haber si entre todos podemos llevarlo algún día a la tintorería, aunque no se si él tendrá ganas de hacer el viaje. A su amparo dormitan media docena de carritos verdes y zacariles negros con el estómago rebosante de deshechos. Justamente encima de ellos está la placa, en la que se explicita su historia. Lastima de tanto brillo expuesto sobre un mini vertedero. Calle abajo espera el Pilar, con un mantón de manila verde se cubre del carámbano invernal de sus aguas. El camino de Sevilla me acompaña entre huertos y campos hasta la carretera de Azuaga, unos escasos metros de asfalto y llegó a Fuentesanta Rompesuelas es un nombre apropiado, no por la inclinación de su cuesta sino por la dureza de su base de piedra experta en desgastar lo que su nombre indica. Caminando entre olivares atravieso Rompesuelas, a medio camino tres o cuatro perdices cruzan el sendero como alma que lleva el diablo , me da que no guardan buen recuerdo de alguno de mi especie, en fin ellas verán, yo por mi parte les pido disculpas sin en algo las he ofendido. Continuo mi marcha hasta desembocar en el camino de la Charca. Pendiente abajo espera el puente del Ortiga, debajo de uno de sus ojos se encuentra la vivienda de una golondrina daúrica, en la puerta de la misma se puede leer “ Cerrado por vacaciones hasta el mes de abril. “ El agua del arroyo se muestra perezosa, sin prisas se desplaza entre los canchos tratando de llegar a su destino temporal. Hollando sobre las huellas de un rebaño que me ha cogido la delantera, atravieso otro pequeño puente que permite el paso sobre la Cola Madre. Ha llovido este año y la Charca rebosa, bordeando la presa me dirijo cuesta arriba al encuentro de los restos de una derruida casa señorial, situada frente a la vieja muralla de contención del pantano. Dicen que tanto la muralla como la arruinada casa tuvieron principios comunes, que ambos fueron construidos bajo el impulso del Marqués de Mena y las Matas cuando corría el año 1.800. El caso es que a la casa se le vienen viniendo abajo sus escasas paredes y muestra sin pudor la calvicie de su desaparecido techo. Una buena platea donde reponer fuerzas y contemplar el paisaje, a la vez que puedes escuchar la magnifica interpretación que la natural orquesta del lugar hace de la sinfonía nº 5 en do menor. Puedo asegurar que la entrada es gratuita y el espectáculo no tiene precio. Cuesta abajo continuo hasta encontrarme con un pequeño canal, por el cual discurren pacificas las aguas que mitigaran no tardando mucho, la sed de las tierras del Docenario. Transcurridas unas centenas de metros me adentro en el camino de Ronchaviro iniciando el regreso a la villa. Medio kilómetro más adelante salgo de la senda para tomar el Camino de los Pinches, entre olivares y tierras verdegueando, voy al encuentro del camino que por las Cañas discurre. Como en una postal del bueno de Zacarías se observa el pueblo desde la distancia. Huertos, olivares, campos de cebada, el “condios” de un paisano educado que además me regala los buenos días, ladridos de unos perrillos que seguro que me desean lo mismo, dos pequeños arroyos de aguas escasas, mojan mis botas, alguna observación que los cochinos desde un cebadero próximo me indican, y que yo torpe de mi no entiendo, es con lo que me tropiezo antes de enfilar la calle Hermanas de la Cruz por la que regreso al pueblo. Huele a pan recién hecho cuando cruzo la esquina de la calle Cuartel. Desde allí al estanco de la calle la Feria, en busca de la prensa, después disfrutar del sabor de un café mientras ojeo las noticias. Solo esto último es rutina, el resto que describo lo descubro cada vez que tengo el privilegio de recogerme en Zalamea y escuchar las fabulas que me relatan sus viejos y callados caminos, mientras andando por sus entrañas seguimos dando sentido a su existencia Puedo aseguraros que como estos hay unos cuantos, que merece la pena dejar vía libre a la imaginación para que pueda recorrer sus recorridos, y que después nos ofrezca el disfrute de lo contemplado en su andadura. Desde San Sebastián. Un ilipense de la diáspora. ¡¡¡ZALAMEA CAPITAL CULTURAL DE LA SERENA!!! |