El Caballito de Cartón Para los que no habeis podido asistir a la Feria de la Cruz, transcribo el pequeño relato que me han publicado en el libro de feria. Espero que os guste. EL CABALLITO DE CARTON Hay un lugar donde descansan los juguetes cuando nos olvidamos de ellos. En ese edén, donde se entretienen los muñecos, jamás llueve porque su naturaleza es tan sabia que no necesita del agua. Los caballitos de cartón hacen lo que antes nunca pudieron hacer, liberar sus pezuñas prisioneras y trotar por praderas de yerba y tréboles. Los niños de ojos tristes, esos que con sus infantiles manos nunca palparon la fantasía de un juguete, se suben a la grupa de los caballitos de cartón. Aunque no hay soles ni lunas, los niños de ojos tristes con sus risas y regocijos, crean la claridad y el azul que ilumina el paraíso donde se divierten los cachivaches y corretean los caballitos de cartón. No le faltaba detalle. Jáquima de cuero. Grana y ocre la silla de montar, dos estribos enjutos se descuelgan de la montura. De alzada mediana, canela su color dominante con unas blancas manchas verticales en frente y patas que confirma la condición alazán de su pelaje. Ojos marrones relucientes. Alargadas las patas que soportan su naturaleza, tres de ellas verticalmente apoyadas. Desde la rodilla para abajo se dobla elegantemente hacía atrás la cuarta, mostrando el negro casco de la pezuña. Allí estaba en el puesto del feriante, en medio de la Calle de la Feria, expuesto como un Santo en su hornacina. Me gustó aquel caballito de cartón. De la mano de mí padre, paseábamos. Añoro las recias manos de mí padre. Encallecidas por el duro y nunca bien ponderado oficio, de labrador de campos. De regreso a casa pasamos por delante del puesto donde se encontraba el alazán de cartulina. Apretando su mano le pedí que se parase, quería ver otra vez el caballito. Miró mi cara entusiasmada. Dibujó con su mano una caricia sobre mi cabeza. Luego sonrió. Después de comer, la siesta. Soñé con caballitos de feria cabalgando por los campos. A la grupa de un alazán de ojos marrones, me vi trotando. Pasó la meridiana en un suspiro. Como otras tardes me dirigí pasillo abajo hacia la fresca cantería del umbral de la entrada. Llegado al zaguán vi un paquete cuidadosamente envuelto. Con curiosidad me acerque. –Ábrelo-, dijo mi padre. Nervioso me arrime al bulto, retirando su cubierta de una forma desordenada. Allí estaba el caballito, tal cual lo había visto. Inquilina de sus alforjas. La fantasía. A lomos del caballito se mostraba el país de la ilusión , a los chiquillos soñadores que recorrerlo quisieran. Cuantos amaneceres salpicados por amapolas y malvas, recorrí con mi caballito de cartón. Al raso, se me olvidó una noche en el corral. Llovió mucho esa madrugada. Maltrecho lo encontré al día siguiente. Sus ojos se deslizaron con la oscuridad, dibujando lágrimas marrones por sus mejillas. No hubo remedio, el mal de la lluvia, descompuso su esencia de cartón. A veces regreso a mi niñez cuando miro la fotografía, montado sobre mi caballito de cartón. De eso hace ya tantos años…………… Desde San Sebastián. Un ilipense de la diáspora. ¡¡¡ZALAMEA CAPITAL CULTURAL DE LA SERENA!!! |