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Zalamea de la Serena - Badajoz

Poblacion:
España > Badajoz > Zalamea de la Serena
13-12-09 20:39 #4155494
Por:Antonio Dávila Garci

La Siega
Voy a referir los recuerdos de un niño que abandono Zalamea hace ya muchos años. En ellas evoca su corta estancia en el pueblo y el viaje que le llevó a otro lugar donde pasó gran parte de su existencia.
No son excesivos capítulos, los iré reflejando poco a poco.




LA SIEGA


Vieron mis ojos la luz, en la Serena Extremeña

junto a encinas centenarias, el firmamento y la brisa.

En mi recuerdo lejano de aquellas venerable tierras,

las cigüeñas en las torres, labradores en la siega,

irisados aleteos, flotando por las dehesas

sobre alas de mariposas, dibujando la floresta.

Ocres sierras de verano, canchales de yertas piedras,

alcornoques, olivares, regatos que serpentean,

universo de chaparros, cobijadores de ovejas,

hijos de la Extremadura, nacidos de sus esencias.

Cabizbajos van del brazo, el paisano y la miseria,

el jornal que apenas llega, el fiado, la pobreza,

las despensas campesinas, exultantes de carencias

la alacena de otros pocos, rebosantes de existencias,

frutos de nuestros sudores, que florece en casa ajena.

Después maletas, distancia, bajo el horizonte,

El Mar.














Parte Primera



Mis recuerdos de niño son rebanadas de pan con aceite y azúcar,
atardeceres caminando entre olivos asustado por el canto de un mochuelo.
Alguna vez dormí en la era junto a mi padre, con paja de la parva y una
manta de lana me hacia un suave jergón, por almohada el cielo. Miles de
estrellas parpadeando sobre el fondo azul violáceo del firmamento, tintineo de campanillas de las mulas maniatadas, mientras una suave y tibia brisa me acariciaba la cara, cerrando por fin los ojos al sueño.

Recuerdo una fuente clara entre cerros donde crecía la juncia, la hierba suave y fresca acariciaba mis píes descalzos, mientras, la Chacha lavaba en el arroyo, restregando el jabón contra el ropaje sobre una lancha de piedra, así transformaba los sudores de la siega y el polvo de los caminos en blanca espuma.

Las transparentes pomporas de jabón flotaban como una armada en
formación, deslizándose sin prisas sobre el agua cristalina, deteniendo su caminar junto a unas adelfas dando la sensación de haber llegado a puerto.

Me contaron, cuando yo era chico que a mi padrino el Chacho Antonio, lo crió su padre, pastor de vocación y oficio con leche de cabra, pues su madre murió cuando él nació.

En las angarillas que la burra portaba le hizo una pequeña cuna, al calor de la pollina arrullado por las esquilas de las ovejas, contempló las dehesas y los campos donde habitaba el rebaño. Así tiró para adelante el Chacho. Entre jaras, encinas y tomillo, los sonidos y aromas del campo alimentaron su ser desde su más tierna infancia.

Recuerdo que mientras la Chacha lavaba, él cogía unas cuantas costillas y lascolocaba en la solana del cerro que lindaba con la Fuente del Hijuelo, las disimulaba con mimo y talento, con un grano de trigo o una alada hormiga formaba la señuelo, el reclamo lo completaba con un poco de paja, bajo la cual ocultaba las costillas. La cosecha de alondras, chorovias y trigueros estaba garantizada antes de que el sol señalase el ocaso.

Terminada la siega en el lejano año de 1.956, estaba la casa llena de costales de trigo, en el pasillo y en el zaguán se apilaban entrelazados contra las paredes, formando una muralla de tela y semilla que llegaba hasta el techo de la vivienda.

En el “doblao” el grano se esparcía por el suelo, me gustaba subir al desván y despojarme de las sandalias para pisar las semillas amontonadas, la sensación que experimentaba era la misma que sentía cuando chapoteaba en el arroyo del Hijuelo, los menudos granos acariciaban las plantas de mis píes, causándome un cosquilleo del que quería escapar, sin embargo volvía a pisarlos una y otra vez, hasta que cansado de repetir la operación me dejaba caer sobre el blando lecho que el trigo me ofrecía.

Me quedaba quieto, mirando los “murgaños “ que pendían de brillantes hilos de seda sujetos a las vigas de eucalipto. Las telarañas formaban un telar bajo las tablas de pino sobre las que descansaban las viejas tejas de la techumbre.

Una mañana al bajar del “doblao” vi a mi padre hablar con mi madre, note un gesto de preocupación en los dos, la Chacha los observaba en silencio, me di cuenta como con disimulo acercó el moquero a sus ojos y secó algo que a mí me parecieron lágrimas, yo no entendía el porqué, me cogió de la mano y pasillo abajo me llevó hasta el umbral de la casa, allí me senté sobre la tibia cantería de la puerta.

Un carro sin prisas pasaba frente a donde me encontraba sentado, las ruedas, como una noria sin fin, perseguían chirriantes y monótonas el cansino paso de las mulas, el sonido de las pezuñas al contactar con el empedrado se iba, poco a poco, alejando de donde yo estaba, el distanciamiento lo notaba más a través del ruido de las herraduras que por la partida del carro.

Calle abajo una mujer de luto, con un cántaro de agua sobre la cabeza
caminaba con parsimonia, me pregunté como se apañaban las mujeres para
cargar con el cántaro encima de sí, sin caérsele al suelo. Cuando la mujer desapareció de mi vista, levanté la mirada al cielo, las casas, situadas a mí espalda impedían que los rayos del sol molestasen mis ojos.

Una bandada de vencejos traspasaba el azulado cielo, persiguiéndose sin
descanso, trazando un sin fin de veloces e increíbles piruetas, dejando tras de sí una estela de estridentes chillidos. Las blancas y esponjosas nubes que les servían de fondo caminaban silenciosas, hasta desaparecer tras los tejados de las casas de enfrente. Sabía que no tardando mucho las estelas de cirros que ahora recorrían los veloces vencejos, las ocuparían las sonoras grullas volando de regreso tras las erráticas nubes a las dehesas milenarias trayéndonos en sus picos el próximo otoño. Observe por encima de mí, como un enlutado escarabajo escalaba la blanca pared de cal, buscando refugio bajo el fresco alero ante el calor que la mañana anunciaba. De esta manera observando en silencio la calle y el cielo, pasé un largo rato sin saber que aquellos momentos de examen y cautela eran los últimos que pasaría en mi añorado pueblo.

Después de comer, me encontraba de nuevo sentado en mi lugar de
observación cuando mi pequeño hermano Manolito, con pasitos de gorrión seacercó a mí chapurreando algunas palabras, me abrazó con fuerza, lo cogí sobre mis rodillas y juntos nos escapamos de cuentos.

Yo le contaba las historias de ovejas, pastores y lobos que me relataba el Chacho, le cantaba canciones que nuestra madre en tardes invernales me enseñaba al abrigo del brasero , me gustaba verle con su boquita abierta siguiendo la narración del cuento, mirándome con sus ojillos despiertos y su carita risueña, recuerdo que Manolíto ya desde muy chico utilizaba su mano izquierda para todo, a la Chacha no le gustaba, decía que utilizar la mano izquierda para hacer o pedir algo era ofender a Dios, así que a mi hermano se le reprendía cada vez que su manita izquierda era empleada en hacer cualquier cosa.

Desde Sa Sebastián
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¡¡¡ZALAMEA CAPITAL CULTURAL DE LA SERENA!!!
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13-12-09 21:24 #4155957 -> 4155494
Por:No Registrado
RE: La Siega
Sensacional, leerlo es volver a aquellos tiempos,espero con impaciencia la segunda parte.


Un abrazo.



Abenjudilip
Puntos:
17-12-09 22:42 #4201928 -> 4155957
Por:Antonio Dávila Garci

RE: La Siega
Parte segunda


Nos distrajo de nuestras fábulas un perrillo vagabundo marrón y canela, que nos observaba, desde una prudente distancia, tenía la mirada desconfiada y triste, yo le dije ¡ ven canelo! el perrillo agitando su inquieto rabito se acercó a nosotros, Manolito enseguida acarició su lomo menudo, el can agradecido le devolvió el cumplido con un lametazo en la cara, era seguro que el animal no había recibido un gesto amigo desde mucho tiempo atrás, quizás su madre cuando era un cachorrillo fue quién le regaló su última caricia.

Dejé a mi hermano jugando con Canelo, me acerqué a la despensa para
coger algún resto de la comida del mediodía, se lo ofrecí al perrillo, este lo devoró con urgencia, cuando terminó de comer, se tumbo sobre el empedrado de la calle cerrando sus ojos, pasado un buen rato se acercó hasta nosotros, movió de nuevo su inquieta cola y tal como vino se fue, en silencio. Mientras se alejaba giró su cabeza un par de ocasiones, como diciéndonos adiós, poco a poco desapareció la calle arriba.

Me quedé pensando que sería en adelante del perrillo al que con seguridad no volvería a ver, ¿ ocurriría esto también con las personas ?, pero esta pregunta con mis pocos años no tenía contestación , solo el paso del tiempo me enseñaría la respuesta.

Al día siguiente un camión de grandes ruedas, renqueando se paró frente a mi casa, recuerdo que por la parte alta del motor salía una nubecilla blanca muy parecida a la que producía el puchero cuando hervía en la lumbre, el traqueteo de la máquina era tan grande que parecía que se iba a escacharrar en cualquier momento. Los niños de la calle rodeamos el vehículo con curiosidad, de la cabina bajaron dos personas, una de ellas con un raído mono azul del cual pendía en su parte de atrás un trapo sucio, llevaba un cigarrillo en la comisura de los labios, sin tan siquiera quitárselo de la boca expulsaba bocanadas de humo, a la vez que le hacia alguna indicación a su compañero de cabina. Entraron en mi casa y no tardando mucho salieron de nuevo a la
calle acompañados por mi padre y el Chacho, que en un santiamén quitaron las partes laterales y trasera del camión dejándolo despanzurrado.

Comenzaron a trasladar los costales de trigo que hacían de mi casa una fortaleza de altas murallas a la tabla rasa del camión, les costó toda la mañana trasladar los costales al vetusto vehículo, una vez terminaron la operación el chofer puso de nuevo el jadeante motor en marcha y traqueteando la carretera adelante fue desapareciendo poco a poco. Cuando lo perdí de vista entré en la casa y tan solo unos pocos granos esparcidos por el suelo quedaban como testimonio de los amontonados sacos que a mí me hacían soñar con castillos medievales.

Pasaron los días con infinita calma y con la misma quietud mi madre e preparando el baúl y las maletas, en ellas arrebujadas entre ropa de domingos y enseres de cocina metimos nuestras vidas, junto a nuestros sueños y esperanzas. No había enviado el sol los primeros rayos a calentar la solana de la Sierra Lora, cuando mi madre me despertó suavemente, diciéndome que era ya hora de levantarse.

El día de la partida había llegado.

Me vestí despacito, acomodándome los calzoncillos de algodón, la camiseta de tirantes, el pantalón corto de pana, la abotonada camisa y un jersey verde de punto que la Chacha me había hecho a mano, salí de la habitación, en el zaguán esperaban silenciosas dos viejas maletas y un voluminoso baúl.

Mostraban las maletas un prominente abdomen reflejo de su contenido, los refuerzos de vara de castaño fortalecía su estructura impidiendo que reventaran, unas cuerdas de esparto atadas alrededor ayudaban a mantenerlas firmes.

El baúl de madera con su abombada tapa abierta, mostraba su intrincado
interior, lleno de objetos pacientemente acomodados entre sí, de manera que parecía que ni el propio aire podría penetrar en él. Tenía el baúl varios goznes en uno de sus lados, en la parte contraria dos relucientes cerraduras aseguraban la intimidad de su interior.

Entre el baúl y las maletas una pareja de cestas de mimbre, de ovaladas tapas y vertical asidero, componía la intendencia de nuestro incierto y dilatado viaje a las tierras del norte. Me acerqué al lavabo, la encimera de oscuro y brillante roble, acogía una blanca y limpia jofaina de porcelana llena de agua, la parte trasera del vetusto mueble servía como soporte a un viejo espejo al que, el paso de los años, había ido enmoheciendo el cometido de reflejar en sí toda imagen que se le colocara enfrente.

Metí las manos dentro de la palangana y llevé el agua a enjuagarme la cara, el espejo reverberaba con dificultad las gotas de agua deslizándose sobre mis tostadas mejillas, sequé manos y cara con una toalla de delicada blancura, me acerqué a la lumbre, perenne prisionera de la negra chimenea, a contemplar el chisporroteo que producían las ascuas de los mutilados troncos, que daban bienestar y calidez al amanecer del día.

Tomé asiento en la camilla oculta bajo unas enaguillas de terciopelo, situada junto al fuego de la chimenea. Un plato de deliciosas migas junto a un humeante tazón de leche me esperaban encima de la mesa, comí con agrado las sabrosas migas, reservando unas pocas para comérmelas mezcladas con la leche

Continuará.

Desde San Sebastián
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Puntos:
17-12-09 23:26 #4202644 -> 4201928
Por:Abenjudilip

RE: La Siega
Muy bueno, lo dicho anteriormente es sensacional, es volver al pasado,si cerrasemos los ojos, muchos de los que tubieron que salir en aquellos años tendran esas sensaciones, la diferencia es que tu sabes trasmitirnoslas y hacer que esos recuerdos tuyos los sintamos como nuestros, gracias por hacernos recordar algo que igual lo teniamos olvidado y que tu con esos recuerdos añejos pero frescos que guardas en tu mente nos deleitas periodicamente,espero con impaciencia la tercera parte.



Un abrazo, Abenjudilip.
Puntos:
25-12-09 11:13 #4246585 -> 4202644
Por:Antonio Dávila Garci

RE: La Siega



PARTE TERCERA

Habitaba en el corral una blanca cabra mocha a la que llamábamos Lunera, tenía dibujado en uno de sus costillares una silueta de color ocre semejante a la luna creciente, este era el motivo de su apelativo, era un animal dócil y esbelto, sus abundantes ubres nos proporcionaban la deliciosa leche que consumíamos todos los días.

Cuando terminé de desayunar salí al corral, traspasado el umbral arrimada a la pared una pila de granito llena de agua. Servía la pila de abrevadero a los animales que en el corral y en la cuadra tenían su aposento. En días estivales de calor y moscas, me gustaba chapotear en la pequeña pila y salpicar a las gallinas y al gallo Morito.

Separada de la pila, una red de alambre de figuras hexagonales entrelazadas en toda su longitud y altura cerraban el espacio existente entre la pared de la casa y la del pajar, el muro que dividía nuestra casa y la de al lado completaba el rectángulo que servía de recinto para las gallinas. En medio de la alambrada, un marco de madera hacía de soporte para la puerta que daba acceso al interior del gallinero.

Tenía Morito una erguida cresta roja, las plumas relucientes como ascuas encendidas, el penacho de su lustrosa cola se asemejaba a una cimbreante hoz, siete escarbadoras gallinas completaban el transitado gallinero.
Todos los días con la llegada del alba el kikikriki del gallo me hacia salir de las fantasías de los sueños, al principio oía su canto lejano y suave, para ir escuchando su llamada con más fuerza en la medida que salía del sopor del sueño, ya despierto, pero aún con los ojos cerrados escuchaba el potente estribillo de su tonada, anunciadora del brillo de la aurora. Las réplicas provenientes de los corrales vecinos se multiplicaban una y cien veces a través de las gargantas de los madrugadores gallos trovadores.

A la derecha del corral se encontraba el pozo bajo un redondo brocal de cantería, de puntillas me asomaba a su interior para poder ver el oscuro y reluciente espejo prisionero de su fondo, me gustaba hablar con el fresco y silencioso pozo, escuchaba boquiabierto como mis palabras se iban redoblando mientras descendían por sus húmedas paredes. Mientras le contaba historias, veía mi silueta reflejada en la superficie del agua repitiendo los movimientos que con manos y brazos iban ocurriéndoseme, el sobrio pozo era el confidente de mis conversaciones y quimeras.

Detrás del pozo, una pared, su parte inferior se sustentaba en un lecho de piedras de granito separadas entre sí por unas irregulares líneas de argamasa bruñidas por blancas capas de cal, a partir de una altura semejante a la distancia que separaba el suelo de mi nariz formaban en la pared rectangulares bloques de adobes hasta llegar a los sólidos troncos de eucalipto, que soportaban el entramado y las tejas de la cubierta.

En el extremo opuesto a la posición del pozo se encontraba la doble puerta de la cuadra. La línea que separaban la piedra y el adobe partía la puerta en dos mitades horizontales, en su interior, un largo pesebre ocupaba la longitud de la estancia. Habitualmente ocupaban la cuadra una pareja de tordas mulas cuatreñas, una burra de orejas avispadas y pelo cano, por último la cabra Lunera. El tapiz del suelo estaba formado por paja de la siega, a la que día a día se iban agregando los excrementos que las bestias producían, para así crear el estiércol tan provechoso en las labores de campos y huertas.

Frente a la puerta de la cuadra se encontraba el acceso al pajar, lugar este de ocio, esparcimiento y siesta de los independientes gatos de la casa, pardo y rabón el gato, miel y suavidad la gata, este era su lugar preferido para descansar de las correrías nocturnas por campos y tejados. (continuará)

Desde San Sebastián.
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28-12-09 21:44 #4266597 -> 4246585
Por:Antonio Dávila Garci

RE: La Siega


PARTE CUARTA



En ocasiones, cuando alguna gallina se ponía clueca el Chacho le hacía un nidal en un oculto lugar del pajar, le ponía diez o doce huevos, para que los incubara, pasadas unas semanas, un día de repente aparecía en el corral seguida por unas bolas de suave algodón amarillo de las que sobresalían dos patitas por abajo, un blanco piquillo al frente y dos parpadeantes puntillos redondos situados al par por encima del pico.

Escarbaba la gallina mientras emitía un “cocorocó” acudiendo veloces los pollitos a picotear donde su madre había removido el suelo con las patas.Faltaba ese año un inquilino en el corral, “el cochino”, todos los años anteriores su presencia se hacía indispensable en el animado corral. Cuando empezaban a despuntar los primeros brotes en los rosales, compraba mi padre un cochinillo que no pesaría más allá de veinte libras, era de cuerpo alargado, negro su color, los prometedores perniles eran elegantemente largos, su única ocupación durante el día era hartarse de comer, para después tumbarse sobre las losas del corral.

Habas, cebada, trigo, harina de salvao, alfalfa, forraje, sandias melones y sobras de comidas eran los alimentos que componían su dieta diaria. Siempre me ha parecido el “cochino” un ser que roza la perfección, los ingentes atracones vegetales que meten en su buche, nos lo devuelve con creces en forma de alargados lomos, sabrosos jamones y paletillas, chorizos, morcillas, papada, morcón, costillares, buchón, orejas, rabo, patas y tocino, definitivamente el marrano es un animal generoso e inocente.

Generoso por el mucho bien que nos proporciona su descuartizado cuerpo, en forma de alimentos para el año venidero.

Inocente, porque su pantagruélica y regalada vida de placenteras comidas y holgados descansos, acababan de forma trágica un frío amanecer del mes de Diciembre.

Cuando llegaba a su fin el verano, cerdo ya pesaba dieciocho o veinte
arrobas, le gustaba tenderse sobre el empedrado suelo del corral, para
dormitar, mientras el sol daba calidez a su cuerpo, me acercaba a donde se encontraba el animal y le restregaba la panza, me gustaba oír los suaves gruñidos de satisfacción que emitía a cambio de una cosa tan simple como arrascarle la barriga.

No compró ese año mi padre el guarrino, me imagino que la idea de dejar el pueblo para emigrar a otras tierras ya le barruntaba por la cabeza, no queriendo por este motivo dejar al Chacho y a la Chacha el ingente trabajo que suponía la matanza, dada la avanzada edad de ambos.

Sentado en el umbral de la cocina fui contemplando uno a uno los rincones en los que tantas horas había pasado, aireaba el limonero su fragancia, los rosales huérfanos de rosas, mostraban el final del verano en sus maduras hojas, las arpidistras y enredaderas danzaban suavemente al compás que la brisa marcaba, los geranios daban color y armonía desparramados por el suelo y las paredes. Queriendo mantener en mi memoria allá donde me encontrara lo que era mí patio de juegos y recreo, cerré los ojos y respiré profundamente impregnando todo mi ser con los colores, olores y sonidos del soleado corral.
Puntos:
28-12-09 22:44 #4267187 -> 4266597
Por:Acaymo

RE: La Siega
Antonio,lo tuyo es el buen saber y la perfeccion,lo que escribes es lo que yo vivi,las ponpas en el agua cuando mi madre lavava en el arroyo de la huerta de la jara,alguna noche de las que dormi en la era,el cochino en el corral,la gallina que en mi casa sacaba los pollitos en un lugar tranquilo del "doblao",el trigo en el "doblao",esto lo recuerdo perfectamente porque un dia me quede dormido en un monton de trigo y me desperte con un fuerte dolor en el oido derecho,mi padre me llevo a la consulta de Don Guzman ,que con una especie de lavativa se cristal y agua me saco dos granos de trigo del oido,mi padre le pago con el mejor melon que teniamos en casa.
Antonio,con todos tus recuerdos haces vivir el pasado,parace que fue ayer y ya tengo 50 años.

Gracias otra vez por todo.
Puntos:
28-12-09 23:34 #4267720 -> 4267187
Por:Abenjudilip

RE: La Siega
Acaymo, eso no es lo que has vivido tu solamente,eso es lo que ha vivido la mayoria de los que salieron un dia del pueblo en los años 60 o 70, nada Antonio, espero con impaciencia nuestro particular cuentame como paso, seguro que sera tan bueno como los anteriores.

Abenjudilip.
Puntos:
28-12-09 23:47 #4267872 -> 4267187
Por:Acaymo

RE: La Siega
Hola abenjudilip,tambien los que se quedaron vivieron lo que Antonio con tatisima perfeccion nos narra,tambien quiero especificar que en ningun momento digo en mi mensaje que yo fuera el unico que vivio aquello,de haber sido asi seguro que no hubiera tenidi que salir tantisima gente como salio de Zalamea.
Puntos:
30-12-09 13:47 #4278817 -> 4267187
Por:Antonio Dávila Garci

RE: La Siega
Creo que por parte de ACFB no habría problema, es más yo diría que estará encantado, haber si esta idea puede seguir adelante.
Por supuesto que abenjudilip y alguno más que yo conozco, se unirán a este propósito.
Desde San Sebastián.
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Puntos:
30-12-09 14:00 #4278890 -> 4267187
Por:Antonio Dávila Garci

RE: La Siega

QUINTA PARTE


Mediada la tarde paró frente a mi casa la vieja tartana a la que yo veía pasar todos los días una vez por la mañana y otra por la tarde para llevar gente del pueblo, camino de la estación a Castuera.

Era un vehículo de color azul celeste con unas franjas amarillas que daban la vuelta horizontalmente desde la puerta del conductor a la de los viajeros. Tenía el motor en la parte delantera, semejaba el hocico de un jabalí, en la parte de atrás una escalera para subir al techo, una barandilla que apenas levantaba un palmo del mismo recorría el perímetro dándole la vuelta, era el lugar donde se colocaban las maletas y los baúles, cuando el coche pasaba camino de la estación parecía doblar su altura por la cantidad de bultos que llevaba sobre sí.

Mientras mi padre, y el chófer del vehículo subían a la baca los enseres que nos acompañaban en el viaje, mi madre tenía a Manolito entre sus brazos, la Chacha me cogía fuertemente de la mano, el Chacho me miraba con sus ojos claros y relucientes, tenía la gorra en una mano, la otra puesta sobre mí cabeza, yo les miraba un tanto compungido viendo sus caras tristes, sin duda no era capaz de comprender la importancia del momento, el tiempo, juez imparcial nos relata con su vara inequívoca las memorias de las gentes y sus circunstancias, a mí me dijo no pasando mucho tiempo que no volvería a ver más al Chacho, aunque sé que se fue pronunciando mi nombre, se acordó de mí cuando emprendió el viaje sin retorno, jamás lo he olvidado.

Subí al vehículo con cierta dificultad debido a la altura que los escalones de acceso al interior tenían, me acomodó mi madre en un asiento que daba al cristal de la ventana, desde fuera Manolito sentado a patacajones en el regazo de la Chacha me miraba sonriendo a las carantoñas que yo le hacia, mientras movía suavemente su manita izquierda diciéndome adiós, así los fui perdiendo de mi vista.

Empinó la tartana la ligera cuesta que conducía a la salida del pueblo, dejamos a nuestra derecha la cruz de Quintana, es esta una cruceta de cantería con una pequeña cruz de hierro forjado en su parte superior, situada en un pequeño altozano al que la carretera parte por la mitad, desde el cual se divisa Zalamea.

Era la primera vez que montaba en un vehículo de motor, se ven las cosas de manera distinta desde un autobús, contemplar el paisaje por conocido que sea desde el asiento del voluminoso vehiculo es ver las cosas de otra manera. Pasamos frente a los solemnes cipreses que contemplan desde la altura de sus copas la silenciosa quietud de las ánimas del cementerio. No hacia mucho tiempo que mi abuela paterna Concha y mi abuelo materno Manuel, pasaron a ser hitos pasados en la cadena que la vida fue fabricando para que yo pudiera sentir las sensaciones diarias que se manifestaban a mí alrededor, allí estarán
junto a los que antes fueron, esperando a los que después seremos, hasta que la más pequeña partícula de nuestros huesos se transforme en el fino polvo que da sentido y continuidad a los caminos de la vida.

Frente a nosotros se puede ver hasta donde alcanza la vista la inmensa dehesa salpicada de encinas, acogiendo en sus rubios pastos y marrones
barbechos, los errantes rebaños de ovejas merinas que son carácter y
fundamento de la leche, el queso, la lana y su propia naturaleza. Entre la dehesa y el pueblo, los olivares, surgidos de la tierra, dibujados con perfección sobre imaginarias líneas paralelas, separados entre sí lo indispensable para no sentirse solos, tan cerca los unos de los otros, que pueden concebir en sí mismo las ovaladas aceitunas, portadoras en su esencia del viscoso aceite, producto principal por su valor económico y alimenticio, en el acontecer diario de las familias.

Más adelante el “cruce,” es este un encuentro de cuatro caminos que a modo de brújula imaginaria señala direcciones y destinos, desparramando por sus cardinales principales y secundarios las esperanzas e incertidumbres de las gentes que como nosotros, tuvimos que renunciar al derecho de perdurar en la tierra de nuestra nacencia ante decisiones tomadas por gentes que desconociendo el valor de la tierra, que ha modo de inmensas fábricas exentas de paredes y tejados, libres de humeantes chimeneas, permitían a los jornaleros campesinos vivir de los campos, dibujando trigales, rotulando huertas, esculpiendo olivos, garabateando la tierra con negras piaras de cochinos, mezclando el color de las dehesas con el suave discurrir de las merinas.

Pasado el cruce, la carretera se pierde en el horizonte, a ambos lados la dehesa se extiende hasta donde alcanza la vista , intercalados en su extensión, blancos cortijos.

Al fondo, sobresale un monte sin vegetación en su parte superior, es esta una sierra venerable por su antigüedad, me cuenta mi padre que se llama la sierra Lora se cuentan de ella viejas leyendas de tesoros ocultos entre su maraña de canchos y retamas. Años más tarde me contaría mi madre una historia real ocurrida en esa sierra, después de la guerra civil cuando los guerrilleros y los civiles mantenían los penúltimos estertores de la trágica guerra cívil, una historia de amor, sufrida en silencio por sus protagonistas, aderezada por la
intolerancia caciquíl, tan enraizada en la tierra de mis mayores.

Continuará.

Desde San Sebastián.
Un ilipense de la diáspora.
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Puntos:
30-12-09 14:16 #4278969 -> 4267187
Por:Acaymo

RE: La Siega
Creo que es dificil mejorarlo,sencillamente genial.


Teliz Año Nuevo.
Puntos:
02-01-10 12:16 #4295286 -> 4267187
Por:Antonio Dávila Garci

RE: La Siega



PARTE SEXTA



Vencía ya la tarde, el sol tras la línea del horizonte enviaba con resplandecientes fulgores los últimos rayos del día, cuando el autobús paró frente a la estación del ferrocarril.

Con nerviosismo y prisas los viajeros trasladaban los enseres del abigarrado auto al interior del edificio que servía de estancia a los pasajeros. Un par de puertas daban acceso al andén, frente a este dos raíles de hierro paralelamente separados. Observados desde donde venían y contemplando hacía donde iban, la distancia entre ellos desaparecía, pareciendo fundirse en un solo carril.

Tras las vías del tren tierra sin límite, inmensidad de terreno de suaves lomas y quebradas, exento de arbolado, campos de trigos y cebadas, aposento y ruta de nómadas ovejas, lecho de agrietados granitos emergentes de sus entrañas, pulimentados sin prisas por el discurrir de los días y sus noches.

Mientras, atardecía, la oscuridad iba cubriendo el terreno con su mantón azabache, el cielo, con velo de raso, salpicado en su infinito por el tenue parpadeo de las estrellas, que como atrayentes mocitas, no faltaban a su nocturno paseo luciendo su distante belleza, pensaba yo en los días que habría utilizado el tiempo para reducir a su actual tamaño los originales granito insertados en la penillanura que rodeaba la estación, seguro que no existirían las personas sobre la tierra cuando las herramientas del tiempo comenzaron su labor de desgaste, en estos pensamientos estaba cuando a lo lejos oí por vez primera el sonido del tren.
Apenas se podía distinguir el avance de la locomotora por la penumbra reinante, rasgaba la oscuridad un potente foco de luz que avanzaba brillantemente unida al traqueteo del tren, las escasas luces del andén iban perdiendo intensidad por la aproximación de la luz del ferrocarril, también el sonido de este, iba reduciendo su potencia en la medida que lo tenía más cerca, pasó la locomotora lentamente frente a donde me encontraba, despedía hacía el cielo a través de la garganta de su chimenea una negra e intensa nube de humo mientras de sus enormes y relucientes ruedas salían con gran presión unas nubecillas blancas. Iban en la parte delantera de la locomotora dos hombres en camiseta con gorra de visera en la cabeza y la cara tiznada, cerraban y abrían con gran diligencia pequeñas manivelas y palancas con las cuales iban dominando la máquina hasta hacerla parar frente a la estación.

Mi padre buscaba el número del vagón que venia impreso en los billetes, en el cual teníamos que montarnos, mientras mi madre y yo hacíamos guardia al lado del baúl, las maletas y el resto de los enseres. No quedó muy lejos el vagón de donde nos encontrábamos, así que echamos mano del equipaje y comenzamos a subirlo al tren. Tenia el vagón ventanas a ambos lados, la parte izquierda del mismo era un estrecho pasillo que comunicaba en el sentido del largo las dos puertas situadas en los extremos del mismo, el lado derecho estaba ocupado por varios compartimentos abiertos, en los cuales se hallaban situados los asientos, formados por robustas tiras de reluciente madera con un pequeño entreabierto entre tira y tira, asiento y respaldo tenían la misma composición, sobre ellos cercano al techo, unos estantes de madera muy brillante servían como reposo de baúles y maletas.

En la parte superior del respaldo un número impreso en un redondelito de porcelana indicaba el asiento que debíamos ocupar durante el viaje.

Depositamos el equipaje en la repisa y ocupamos nuestros asientos, recuerdo que a nuestro alrededor viajaban con escasas pertenencias
y menguadas carteras gentes como nosotros, con la tez morena y embebida, moldeados por las fatigas de siegas y pesados arados, fraguados rostros llenos de dudas y esperanzas.

Un potente pitido nos indicó la inminente partida del tren, noté entonces como las mujeres que con nosotros compartían estancia lloraban en silencio, brillaban como ascuas los ojos de los hombres, no sabia si por decir adiós a la madre tierra que no compensó con estima y justicia el valor de los sudores y desvelos que a elle le dedicaron, o por las inciertas promesas de prosperidad y trabajo que ofrecían en otros parajes tan diferentes, allá en el norte.

Comenzada la marcha, el traqueteo del tren nos asumió de inmediato en su incesante vaivén, las ruedas repetían machaconamente un sonido metálico producido por la fricción con los raíles que servían de guía al galope del tren.

Apoyé la nariz contra el cristal de la ventana tratando de escudriñar desde la mustia luz del vagón la cerrada oscuridad del durmiente horizonte, de tarde en tarde veía la lejana luz de algún cortijo adormecido en la dehesa, o el parpadeo refulgente de bombillas que iluminaban las calles de pueblos asentados lejos de las vías por las que el tren transitaba. Al cabo de un buen rato el vapor de mi respiración enmoheció el cristal de la ventana, y la escasa visibilidad que podía observar desapareció. Apenas llevábamos una hora de viaje, cuando el sopor del sueño me invadió, apoyé la cabeza en el regazo de mí madre para tratar de buscar en el sueño, la luz y el horizonte que la oscuridad me impedía contemplar.

Continuará.

Desde San Sebastián.
Un ilipense de la diáspora.
¡¡¡ZALAMEA CAPITAL CULTURAL DE LA SERENA!!!
Puntos:
02-01-10 13:08 #4295524 -> 4155957
Por:tesperoencajulio

RE: La Siega
mu bueno antonio , se lo he leido a mi padre y casi se echa a llorar , a ver si es verdad que haces un libro y yo soy el primero en comprarlo.
Puntos:
02-01-10 22:03 #4298671 -> 4295524
Por:primavera.15

RE: La Siega

Antonio Dávila, sencillamente genial, tiene una capacidad extraordinaria para narrar esas vivencias como lo hace , estoy sencillamente emocionada al haber leído sus escritos, no dude en ningún momento en editar y publicar ese magnífico libro rico como el primero,en figuras retóricas que embellecen una a una todas y cada una de las descripciones que nos ofrece, estoy deseosa de seguir leyendo su próxima entrega que espero no tarde en ofrecernos, muchas gracias de nuevo por hacernos sentir a los emigrantes tantas y tantas vivencias idénticas a las que narra.SALUDOS
Puntos:
02-01-10 23:43 #4299319 -> 4298671
Por:Abenjudilip

RE: La Siega
Que voy a decir ya que no haya dicho de tus escritos,sigue así y danos cuanto antes la septima parte, un abrazo amigo.


Abenjudilip.
Puntos:
03-01-10 00:22 #4299532 -> 4299319
Por:Antonio Dávila Garci

RE: La Siega







SEPTIMA PARTE


Soñé esa noche con lomas cubiertas por pegajosas jaras y retorcidas retamas, con verdes guarderías de trigo y cebada, acunados en gráciles espigas, balanceando su infancia al compás de la brisa, con el reluciente y liso empedrado de las eras recorridos por silenciosas caravanas de hormigas acarreando alimento a su oscura y profunda morada. Vi la arrugada cara del Chacho, su escaso pelo blanco, la entrañable mirada que desde sus claros ojos tantas veces me envolvió, mientras me relataba sus andanzas por montes y dehesas.

Me vi a su lado caminando bajo la fresca sombra que las encinas nos
ofrecían, descubriendo los ocultos nidos que los pájaros del campo disimulaban entre terrones, frondas y hierbas, escuchando el encelado canto de las alondras en lo alto del cielo inundando el inmaculado azul de ardorosos trinos enamorados. Asido a su arrugada mano paseábamos entre las flores que como cada primavera, gracias a la policroma paleta de abril y mayo nos mostraba el más amplio colorido que verse pudiera, percibí el manto blanco y verde de las
jaras en flor, que envolvían con su vegetal manto las suaves lomas, veía el balanceo de alargadas hojas verdes, temblorosamente tímidas, asidas a las retorcidas ramas de los vetustos olivos

En mis sueños contemplé la conversación que meses atrás había mantenido
con Él, motivada por una enorme grieta que observé en una gran piedra
situada al borde del camino, tenía esta forma de huevo puesto en posición vertical, cada vez que acompañaba al Chacho y a la Chacha a lavar la ropa a la fuente del Hijuelo. La primera vez que vi la profunda grieta que seccionaba de arriba abajo la inmensa piedra, le pregunte al Chacho que como se las habían ingeniado los canteros para partir el cancho,

Él me miró y sonriendo me dijo “ Antonio, poco tienen que ver los canteros en ese asunto, el tiempo es el patrón, sin prisas, con el paso de los días lo puede todo, “ yo me quede callado tratando de entender lo que no entendía, ¿cómo el tiempo iba a ser capaz de abrir semejante brecha en la gran piedra, si no disponía de palancas, ni cinceles, no podía usar martillos, ni porras, como iba a ser el tiempo, dije para mí.

Sentado sobre la burra recorríamos el camino, paso a paso íbamos
alejándonos del pueblo, andado un buen trecho, volví la vista atrás, observé como con el alejamiento iban haciéndose más pequeñas las iglesias, el castillo y las casas, sin embargo la visión de todo el conjunto ofrecía una panorámica que se asemejaba a las casitas y al castillo que ponían en el portalito de Belén durante la Navidad, en la Iglesia de la Plaza.

Pasé un buen tramo del camino sin mencionar palabra alguna, el Chacho
caminaba a nuestro lado acompañando el paso de la burra, en la que la
Chacha y yo íbamos montados, sabía el Chacho que yo no había dejado de
cavilar sobre lo que hacia un rato me había dejado caer sobre “ el caminar del tiempo,” y esperaba el momento oportuno para dar respuesta a mis pensamientos.

Divisamos al rato un pequeño arroyo que serpenteaba entre las bases de dos cercanos cerros. Había ido hozando la corriente el basamento de la tierra, dejando al descubierto el interior de rocas y piedras que componían la intimidad de sus entrañas.

Antes de cruzar la escasa corriente, paró el Chacho la burra diciéndome que me apeara, una vez en el suelo me llevó hasta un pedrusco situado en la orilla, que levantaba más de un palmo por encima de mi cabeza, me dijo que pasara la mano por la superficie de la piedra, era su tacto fresco y suave, ausente de aristas y rugosidades, me recordaba la pulida cantería que había en el umbral de la casa. Me aupó sobre la piedra y me dijo “ el tiempo es algo que no se ve ni se palpa, no tiene ni principio ni fín, y aunque no lo podamos ver, tocar, o sentir siempre está presente, no duerme ni anda, ni sueña, ni ama, porque de
nada de esto necesita.

Posee en su propia existencia elementos visibles y otros que no lo son, de los que se ha valido y seguirá valiéndose para moldear el mundo a su forma y capricho, lleva en su linaje la noche y el día, el frío, el calor, la lluvia y el viento, nieves, granizos, rayos y relámpagos, que son entre otros las manos que ha utilizado para moldear los montes, los llanos, las fuentes. los regatos, los valles y montañas, en fin todo aquello que puedan contemplar tus ojos. Para partir el cancho que vimos hace un rato, ha utilizado junto a una porción de su eternidad el calor de los días y el frío de las noches, con estos simples aperos se ha valido para partir la piedra, sin necesidad de dar un solo golpe sobre ella.

Observa la peña sobre la que estas sentado, cuando la tierra la arrojo de su seno, seguramente que era rugosa y deforme, el tiempo con los avíos que te he mencionado, ha ido afinando sus arrugas y transformando su tullida masa en un pulido volumen, vistoso y agradable de contemplar y tocar, el roce del agua, unido a las materias que la corriente arrastra han motivado su actual forma.”

Continuará.

Desde San Sebastián.
Un ilipense de la diáspora.
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Puntos:
03-01-10 17:38 #4302646 -> 4299532
Por:

Borrado por su Autor.
Puntos:
03-01-10 17:41 #4302672 -> 4302646
Por:mingorramos

RE: La Siega
Hola Antonio Dávila: Excelente historia y un sobresaliente en narrativa.

No olvides que si decides publicarla yo seré uno más de los much@s que haremos lo posible por tenerla y la acomodaré entre mis mejores autores.

Sin lugar a dudas hemos sido más de un@ l@s que hemos leído lo que aquí nos brindas entre lágrimas y mocos. La historia es asombrosamente similar a la de otr@s y por eso la sentimos cada uno como nuestra. Gracias a tí la revivimos con asombrosa nostalgia.

Cada día esperamos la continuación de tu historia como el sultán Shahriar de Las mil y una Noches esperaba la continuidad de los cuentos de Scheherazade.

¡Animos! Sigue embelesándonos.

Un cordial saludo.
Puntos:
03-01-10 19:21 #4303354 -> 4302646
Por:primavera.15

RE: La Siega

Unas vez más mucha gracias por esa estupenda expresión escrita, son estas cosas las que nos hacen disfrutar de esa especial sensibilidad que tienen ciertas personas y que saben trasmitirla, hasta hacernos cómplices de ella e impregnarnos de tanto talento, gracias Antonio Dávila.
Puntos:
03-01-10 20:39 #4304100 -> 4302646
Por:Antonio Dávila Garci

RE: La Siega
Bueno, amigos y paisanos tenía la intención de ir espaciando más los pocos capitulos que quedan de esta narración, pero pensándolo mejor quizás en esta fechas haya más tiempo de poder estar leyendo en el ordenador los mensajes que enviámos al foro, así que voy a remitir diariamente un capitulo y terminamos con este relato, del que tantos hemos sido participes.
Me quedo con dos sensaciónes, para mí al menos maravillosas, intuyo que los sentimientos que expongo en esta historieta son comunes a muchas gentes que pasamos por ese tamiz.
La otra , quizás sea la más importante, es el amor a la tierra, de la que tan poco hemos podido disfrutar, sin embargo ahí está, como una buena madre,acogiendonos con los brazos abiertos cuando hasta ella nos acercamos.


OCTAVA PARTE



Apareció en mi viajero sueño la historia que una vez me contó ocurrida una noche de luna llena, en la que los lobos atacaron la majada de ovejas, una de las fieras quedó enredada en la red del redil que daba cobijo al rebaño, los mastines peleaban a dentelladas con el fiero lobo y Él, escopeta en mano trataba de disparar sobre el devorador de ovejas, por el temor de herir a alguno de los perros, abandonó la escopeta y navaja en mano, con la inestimable ayuda de los canes puso fin a la vida del merodeador. En esa época el lobo era considerado una bestia dañina, por lo que matarlos estaba recompensado con unas monedas de la época, por ello al día siguiente con la alimaña atada a los
lomos de la burra se fue al Ayuntamiento de Zalamea para recoger la
recompensa que por la vida del lobo ofrecían.

Soñé con las calles y casas de mi pueblo, me vi caminando por los caminos y campos que tanto me atraían, recorrí mi pequeño universo que atrás se había quedado cuando partimos de la estación de Castuera, sin estimar que sería por tantos años. De cuando en vez me despertaba por el monocorde ruido del tren, para sumirme de nuevo en el sopor del sueño, así fue pasando la primera noche lejos de mí casa.

Se mostraba la tenue aurora cuando recorríamos el tramo de vías situado entre los pueblos manchegos. Cuando llegamos a Manzaneque, el sol asomaba tras los montes en su eterna misión de darnos luminosa claridad durante el día, para cuando cayera la tarde, retirarnos sus tórridos rayos y ofrecernos la recogida oscuridad y el descanso de la noche.

Pensaba que igual que los hombres, las mujeres, las bestia y las plantas, el sol descansaba por la noche, que saber diferenciar la cantidad de luz y calor que tenía que repartir a cada componente animal, vegetal o mineral que yo veía en mi pequeño mundo, tenía que ser una labor complicada y trabajosa, porque la luz y el calor que necesitaba una delicada amapola oculta entre las cosechas, no tenía que ser la misma que aplicaba para que madurasen los rubios trigales,
tampoco debía administrar la misma medida a las viejas encinas, que a los verdes olivos, pues en dimensión y corpulencia las primeras cuadriplicaban a estos.

Tenía picor en mis somnolientos ojos, me los restregué con el dorso de las manos y esto hizo que saliera de mis cavilaciones, luego bostece, mientras levantaba mis brazos hacia el techo. Mi madre me preguntó si tenia hambre, le contesté que sí, sacó de la cesta de mimbre una tartera de aluminio, sacó de su interior una jugosa tortilla de patata, cortó con una usada navaja de cachas de encina y brillante hoja una rebanada de pan de trigo y puso sobre ella un buen trozo de tortilla. Mientras comía el almuerzo observaba a través del cristal los campos que recorría el convoy camino de Madrid, de esta manera fui dando cuenta de la deliciosa tortilla y el recio pan de trigo.

Al poco de desayunar, me ofreció el azar la primera imagen que hizo abrir una ventana a mi comprensión de lo que en adelante sería la realidad de la vida.
Venía por el estrecho pasillo del vagón un hombre moreno, enjuto, espigado, de grandes y tristes ojos, llevaba barba de varios días, una camisa macilenta a la que faltaba algún botón en la pechera, el bajo de los raídos pantalones de pana negra descansaba sobre unas viejas alpargatas de oscurecida lona y desgastado esparto, tenía las manos sobre su vientre, muy juntas, apretadas por unas anillas brillantes de hierro, que con toda seguridad le impedían mover libremente los brazos, a cada lado un civil, me impusieron respeto los dos civiles, llevaban sobre su verde uniforme un correaje de cuero negro que les recorrían el pecho y la espalda, iban unidos a un ancho cinturón que tenía a la
altura de las caderas unos estuches también de cuero, en los que algo debían de portar, unas botas negras de hebilla que les subían un palmo por encima de los tobillos cumplimentaban su indumentaria. Portaban los dos colgadas al hombro algo que se parecía a una escopeta, uno de ellos tenía un grueso y lacio bigote, y ambos parecían tan cansados como el hombre que llevaban entre ellos.

Me miró aquel hombre intensamente, no fui capaz de comprender la aflicción de su mirada, me recordó la cara de la imagen del Cristo Nazareno que todos los años en la Semana Santa sacaban en procesión. Con paso lento pasaron los tres al lado de donde me encontraba sentado, continuando pasillo adelante, me incorporé para volver a ver de nuevo al preso, mi madre me cogió de la mano y me dijo que me quedara sentado en mi sitio.

Quedó impresa la imagen del hombre en mí, no entendía que podía haber
hecho para llevarlo de esa manera, ¿ habría robado alguna gallina y por eso lo llevaban preso, ¿ pero esa era poca razón para conducirlo así, a lo mejor había robado mucho dinero, o tal vez había peleado con alguien y lo había dejado malherido y eso si pudiese se r motivo de su desdicha. Así estuve un buen rato dándole vueltas al asunto, llegando a la conclusión que la mirada con la que me observó se asemejaba a la que el Chacho me dedicó cuando me monté en el autobús que nos llevaba a la estación de Castuera, por eso pensé que quizás el hombre debía de tener hijos, alguno de mis años y seguramente cuando me vio le recordé a su muchacho.

Empezaba a ser sofocante el calor dentro del tren, mi padre me sacó al pasillo y bajó una de las ventanas para refrescar el compartimento, la curiosidad hizo que asomara la cabeza al exterior, que sensación tan agradable sentí con el viento del campo dándome en la cara. Veía a lo lejos como la máquina del tren, dejaba a su paso una columna de espeso humo, que en ocasiones se elevaba buscando la compañía de las nubes y otras jugaban al escondite entre los vagones que perseguían incansablemente la ruidosa locomotora.

Trazó el tren una larga curva interior, desde el vagón en el que viajábamos podía ver perfectamente de principio a fin toda la longitud del convoy, hubo un momento en el cual una inmensa humareda barrió todos los ventanales del lado en el que yo me encontraba, un fuerte olor a carbón quemado inundó mis fosas nasales y alguna minúscula porción de carbonilla que acompañaba al humo se metió dentro de mis ojos, esto hizo que me apartará rápidamente de la ventana, teniendo que ir con mi madre al lavabo para que me lavara la tiznada cara y me limpiase el lagrimeo de mis ojos producido por la carbonilla.

Incansable el tren proseguía con su monocorde traqueteo. Sentado de nuevo sobre el duro asiento, pegué mi nariz contra el cristal de la ventana, observé como las recogidas casitas que formaban los pequeños pueblos que el tren, iba dejando atrás, en su incesante recorrido se transformaba en poblaciones con muchas más casas, las más altas y grandes que hasta entonces yo había visto, también se veía muchos coches y camiones por la carretera que discurría muy cerca de las vías del tren, casi sin darme cuenta desapareció el campo de mi vista, el lejano horizonte no se encontraba allí, en su lugar casas, grandes
casas muy seguidas unas de las otras, atravesadas por calles y aceras llenas de coches y gente. Con el bullicio de la ciudad fueron poco a poco desapareciendo la velocidad y el ruido que producía el tren.¡ Mira Antonio, esto es Madrid, ! dijo mi padre, yo estaba abrumado ante la magnitud de aquella ciudad que jamás imaginé que pudiera existir, pero a mí me parecían más entrañables las pequeñas callejas y casas de mi pueblo.

Continuará.
Desde San Sebastián.
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Puntos:
03-01-10 23:48 #4305482 -> 4302646
Por:Acaymo

RE: La Siega
A las cosas bien hechas adjetivos le sobran.


Gracias Antonio.


Puntos:
04-01-10 16:29 #4308749 -> 4302646
Por:Antonio Dávila Garci

RE: La Siega
NOVENA PARTE

En esas estaba, cuando paró el tren definitivamente, las mismas prisas que nos acompañaron cuando subimos al tren en Castuera, volvieron a aparecer con motivo de la llegada a Madrid, mi padre y mi madre echaron mano del pesado baúl y las dos maletas, yo por mi parte con la cesta de mimbre asida a mi mano recorrí el pasillo sin separarme de mí madre, bajamos las empinadas escaleras que separaban el suelo del andén del firme del vagón, en cuanto pusimos el píe en tierra se dirigió a nosotros un hombre que arrastraba un carro de mano de dos ruedas, muy parecidas aunque más pequeñas que las que llevaban los carros en mi pueblo, iba uniformado con una chambra azul y una gorra del mismo color ¡ Transbordo a Chamartin ¡ voceaba, ¡ Transbordo a Chamartin ¡

-Oiga nosotros vamos para allá, le dijo mi padre,

-Pues nada paisano, un real le cuesta llevar el equipaje a la tartana.

-Hecho está, dijo mi padre, subieron el baúl y las maletas sobre el tablao del carrito y seguimos adelante.

Nos mezclamos entre el gentío que abarrotaba los andenes, un sinfín de hombres de chambra y gorra azul con sus carritos cargados de maletas y baúles se dirigían hacia la salida de la estación, los viajeros como imnoptizados los seguimos muy de cerca vigilando los enseres que arrastraban con sus carros.
Ya en la calle, el sol del otoño lucía en el cielo calentando con tibieza la mañana de Octubre.
Había muchas tartanas parecidas a la que nos llevó a Castuera aparcadas en las calles que discurrían cerca de la estación. Se paró el mozo que llevaba nuestro equipaje al lado de una de ellas.

- Estos van al norte, tienen que hacer transbordo hasta la estación de Chamartín, dijo el mozo al conductor de la tartana,

Se dirigió el chófer del vehículo a mi padre diciéndole,

- Mire usted, el viaje para los tres y el equipaje les cuesta veinte reales.

Asintió mi padre a la propuesta y de nuevo baúl y maletas volaron a las alturas del vehículo, sentándonos a continuación en el interior del coche, poniéndonos al lado de una ventana.
Esperamos cerca de media hora, hasta que el autobús se lleno de gente, que como nosotros tenían su siguiente destino en la estación del Norte.

Atravesamos Madrid de Sur a Norte, de la estación de Delicias a la de Chamartín, pude ver durante el trayecto parques con hierba muy verde, con grandes árboles muchos más altos y frondosos que las encinas que había en las dehesas de mi pueblo, vi también una fuente en medio de un cruce de calles, que lanzaba potentes chorros de agua a la altura formando al subir fugaces formas llenas de belleza, que desaparecían en cuanto el agua descendía, edificios muy altos, tanto que casi tocaban las nubes, eran tan largos como una calle de Zalamea, con tantas ventanas que enteramente parecían las celdillas que tenían los panales de abejas, que por los campos de mi tierra había.

Continuará.

Desde San Sebastián.
Un ilipense de la diáspora.
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Puntos:
04-01-10 21:59 #4311710 -> 4302646
Por:primavera.15

RE: La Siega

Sr. Dávila yo tendré ese libro , porque al menos contaré con la impresora pero todo y así, espero que se anime. Estas vivencias son muy reales y bonitas, leí MALETAS HUMANAS DE MOISÉS CAYETANO , pero aún me gusta más su narrativa, anímese a publicarlas, gracias.
Puntos:
04-01-10 23:53 #4312907 -> 4302646
Por:Antonio Dávila Garci

RE: La Siega
Bueno amigos, como mañana es vispera de Reyes y el día, la tarde y la noche estará ajetreada, para lecturas de internet, voy a enviar el último capítulo de La Siega, agradeceros a los que así lo habéis manisfestado el que esta narración os haya tocado la fibra vital, señal es de que también esas vivencias ocupan una porción de vuestra existencia, la importancia de la misma, la decidimos cada uno de nosotros.

PARTE DECIMA

Se veía mucha gente por las calles, tantas personas había, que solo en la feria de mi pueblo, cuando el Tablao y la calle de la Feria se ponía de bote en bote con los puestos de feriantes y gente paseando, se podía comparar con el gentío que caminaba por Madrid, con la diferencia
que todas las calles por las que discurría la tartana estaban repletas de personas, y en mi pueblo había que esperar a la feria de Septiembre para ver algo parecido.

Que bonita era la Feria de mi pueblo, con sus calles engalanadas, como lucía la gente la ropa de domingo paseando por el Tablao. Era el Tablao un parque cási huérfano de árboles cuatro o cinco moreras ofrecían su sombra a la fachada del ayuntamiento, tenía el suelo irregular, terroso, una pared de cantería de cuatro palmos de altura recorría casi todo su contorno, sirviendo a la vez como limite de la plaza y de asiento para las gentes, ah, sí las viejas piedras pudieran contar las historias de que se fraguaron sobre su duro aposento, las promesas de amor que habrán escuchado sus escondidos oídos, cuantas garrotas apoyadas en sus redondeados bordes habrán descansado del apoyo andariego prestado a sus viejos dueños, mientras estos relataban entre sí historias y chascarrillos de sus azarosas vidas, niños corriendo sobre su alargado espinazo gris, perseguidos por las precavidas voces de sus madres.

-Eduardito ten cuidao no te vallas a caer.

Muchachos de verano jugando a los bolindres arrimados a la escasa sombra dibujada por la reducida altura de sus formas.

En septiembre montaban las ferias en el Tablao, era el sitio de disfrute de niños y mayores,carpa de circo, columpios, altas norias, caballitos, casetas de tiro, puestos de dulces y golosinas, terrazas llenas de sillas y mesas alrededor de una pista de baile, más de un mareo me costó montar en los caballitos de colores que con las patas delanteras levantadas y el eterno relincho en sus inmóviles bocas
daban sin descanso mágicas vueltas prisioneros en su entorno de quejosas maderas y luces de colores.

Me gustaba escuchar el sonido nocturno de la orquestina, sentir como se escapaba de la plaza para extenderse bullicioso a través de calles y tejados, hasta llegar a los primeros barbechos que rodeaban el pueblo y allí engatusados por las decapitadas espigas, me imaginaba como se acomodaban silenciosos sobre los mutilados tallos para oír los mágicos sonidos nocturnos del campo que hasta entonces seguro nunca habían escuchado.

En estos pensamientos estaba, cuando la tartana que nos trasladaba por Madrid se paró frente a un gran edificio muy parecido a la estación del tren que habíamos dejado atrás media hora antes.

-Hemos llegado a Chamartín, dijo el chófer. De nuevo recogimos los enseres del autobús, los cargamos en un carrillo que arrastraba otro hombre con chambra y gorra azul y pausadamente lo acercó al andén donde se encontraba parado el tren que nos llevaría hasta nuestro desconocido destino, San Sebastián.

Cansancio y aburrimiento fueros nuestros compañeros en el andén hasta que sonaron las seis de la tarde, en el redondo reloj que presidía la gran puerta que daba acceso a la estación, en ese momento inició el tren la marcha.
Poco después la fatiga pudo con mis ganas de observar los paisajes que el tren atravesaba en su recorrido, me dormí profundamente, cuando desperté era ya noche cerrada, la escasa luz del vagón reflejaba mi imagen en el cristal de la ventana, esto tan solo era lo que la oscuridad de la noche me permitía ver, así fueron transcurriendo las horas.

Cuando la aurora permitió la primera claridad a la mañana, descubrí un paisaje totalmente distinto al de mi pueblo, me daba la sensación de estar encajonado dentro de los montes que por todos lados había, la línea del horizonte tan lejana en los campos de mi tierra la teníamos encima de nuestras cabezas dibujando el quebrado perfil de las montañas.

Atravesando valles y montes continuo nuestro viaje. Un río de claras agua jugaba zigzagueando de un lado a otro con el recorrido del tren. Muy próximo a nuestro camino se veían pueblos envueltos por la bruma, algunos de ellos con escasas casas, otros muy grandes, en estos se veían grandes edificios grises con altas chimeneas por las que salía un denso y negro humo.

Verdes prados encharcados de agua jalonaban el camino, pespunteadas en su interior las vacas indiferentes, pastaban la abundante hierba que el campo les ofrecía, el plomizo cielo, como el horizonte parecía estar al alcance de la mano, de esta manera fue transcurriendo el viaje hasta la llegada a San Sebastián. Sobre el silencioso andén descargamos nuestras vidas. Asidos al equipaje salimos a la calle. Una fina lluvia saludó nuestra llegada.

Han pasados ya muchos años, pero no por ello ha desaparecido el chiquillo soñador y sensible, que conmigo va a todos lados. Sigue preguntándose como pudo haber sido la vida que no llegó ejercer en aquel entrañable lugar, y que tan solo con otro sueño ha podido encontrar respuesta



Nuestras manos campesinas, que tallaban día a día

tiernas espigas de trigo, en dehesas infinitas,

se olvidaron de la siembra, de la siega, de la trilla

de esculpir la dura tierra con arados y azadillas,

para crear los garbanzos, las patatas, hortalizas,

desmochar parras de vid, recoger verdes olivas.

Atrás quedaron las sombras de las vetustas encinas

que paraban la calor, allá por la mediodía.

Cuando cesaban las hoces de cortar rectas espigas

y reparaba el cansancio el gazpacho y la tortilla.

Muda se quedó la mies, sobre la tierra extendida

formando racimos de oro, en verticales gabillas.

Olvidamos la ecuación que la tierra nos brindaba

sumando noches de enero, barbechos y madrugadas,

sones de lluvia al caer, vertederas afiladas,

carros, trabajo, silencio, azules cielos, chicharra.

Fue en Octubre por la tarde cuando la luna asomaba,

y el sol buscando sosiego, con las sierras se arropaba.

Caminamos con nostalgia, dibujando la distancia,

añorando nuestros pasos, por las eras solitarias,

mientras, tocaban a duelo en las torres campanas.


Antonio Dávila García.





Puntos:
05-01-10 00:14 #4313108 -> 4302646
Por:primavera.15

RE: La Siega

Sensacional Sr.Dávila,pero no me resigno a llegar al final, seguramente sus vivencias en esa nueva tierra tan distinta, su infancia, los nuevos amigos , las nuevas costumbres, su integración ,la de su familia , su juventud, la vuelta al pueblo y tantas y tantas cosas , merecen que vuelva a retomar su estupenda pluma para deleite de todos nosotros,gracias de nuevo y...¡¡¡ánimos!!!
Puntos:
12-01-10 23:04 #4372704 -> 4302646
Por:primavera.15

RE: La Siega

Estaba leyendo los diferentes hilos y LA SIEGA se iba a pasar a la segunda página,cuando esto sucede, se empiezan a olvidar los temas tratados, no quisiera que eso ocurriera con éste , por eso hago esta pequeña intervención con el objetivo de ponerlo al principio y que pueda ser leído por el máximo de personas posibles, vale la pena.Discúlpeme Sr. Dávila esta pequeña travesura.SALUDOS
Puntos:
13-01-10 10:40 #4374454 -> 4302646
Por:Antonio Dávila Garci

RE: La Siega
Estas disculpada primavera.15, como podrás comprender no soy yo la persona indicada para mantener este escrito en primera página, eso depende de los asiduos al foro, no obstante te agradezco el detalle.
Está teniendo continuidad LA SIEGA, espero que en unos meses pueda enviar la segunda y definitiva parte.
Desde San Sebastián.
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13-01-10 12:34 #4375038 -> 4302646
Por:Angeldelaguarda

RE: La Siega
Antonio ten cuidado con estas personas que te adulan tanto, se que se esta preparando algo que quizas alucines muy pronto cuando sepas quienes son y el porque de esas adulaciones.
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14-01-10 15:17 #4383887 -> 4302646
Por:primavera.15

RE: La Siega
Sr. Dávila, muchas gracias por retomar su historia y narrarnos la segunda parte , espero impaciente volver a leerle, seguro que tendrá cosas muy interesantes que explicarnos , tómese su tiempo pero no nos haga esperar demasiado , gracias .SALUDOS
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15-01-10 00:13 #4388446 -> 4302646
Por:Abenjudilip

RE: La Siega
Angeldelaguarda, mi buen amigo Antonio no ha de tener cuidado alguno, puesto que es el unico en este foro que desde el principio ha dicho "soy Antonio Davila", los demas andamos ocultos detras de nombres ficticios,él desde el principio a contestado a todo el mundo con correción y educación,cuando mas de una vez que le han dicho de todo, podia haber contestado de forma altisonante y sin embargo a ignorado las provocaciones y ha seguido a lo suyo, narrarnos sus vivencias y sus sentires por la tierra que nos vio nacer.
Pero bueno si se confirma de lo que le estas previniendo,puedes tener claro que no va a estar solo.

Abenjudilip.
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29-01-10 22:59 #4513855 -> 4302646
Por:Antonio Dávila Garci

RE: La Siega
Sigo con la segunda parte de La Siega. El otro día hablando con mi amigo abenjudilip, me dijo que porqué no adelantaba algo , bueno pues lo voy a hacer, espero tener escrito este relato para antes de semana santa.
LA SIEGA ( Guipúzcoa )
“En los libros podemos refugiar nuestros sueños, para que no se mueran de frío “
( La Lengua de las Mariposas.)

Ategorrieta está situado a 850 kms. de Zalamea, ese era nuestro destino.
Residía allí una hermana de mi madre, a su llamada acudimos, la situación en el pueblo era insostenible, al duro oficio de labrador se le fueron añadiendo por parte de los latifundistas inconvenientes de todo tipo, se jugaba con su baraja y esta tenía las cartas marcadas.
Si algo tiene Extremadura es terreno, lastima que fuera de tan pocos.
Así pues, llegabas a un acuerdo con el terrateniente de turno, no había contratos ni papeles, un apretón de manos sellaba el compromiso. Lo primero que debía hacer el campesino era desbrozar de jaras, lentiscos y aulagas las fanegas de tierra, que casi con seguridad no se habían cultivado en años. Ello suponía un trabajo duro que había que realizarlo cuanto antes, para poder posteriormente arar la sementera.
Arar, que fácil de escribir esta palabra, cuatro letra tan solo, sin embargo que rudeza contiene su alma, empapada de sudores y fatigas. Labriego, yunta y arado desempeñando al unísono uno de los oficios más dignos y peor compensado que existir pudiera.
Esfuerzo agotador, una vez acondicionada la fecunda tierra, solo quedaba esparcir las semillas en su productivo vientre.
A partir de ahí, dejar transcurrir los días, que lloviera en su momento, que los idus de marzo fueran favorables, que el sol se aplicara en su tarea, que las esbeltas espigas de trigo no padecieran el fragor de la tormenta, después de cumplimentar todos esos requisitos, con el tiempo de cara, otra palabra mágica de esperanzas y brega. La siega.
Trilla y parva eran el complemento. Después la partición.
En tres partes se fraccionaba el cereal, dos correspondían a los trabajos y esperanza del labrador, la tercera por la gracia de dios y el latifundio, al propietario del terreno.
Los resultados obtenidos en muy contadas ocasiones, compensaban el ímprobo esfuerzo realizado, a pesar de la abundancia de la mies, si encima los potentados se encargaban de fijar el precio del grano.
Había que buscar otros horizontes, donde el ahínco fuera retribuido de una manera más justa y equitativa.
De igual manera que cambió el horizonte ante nuestros ojos, se modificaron los hábitos de nuestros días. Mi padre encontró quehacer como peón de albañil, otro modesto oficio al cual podía adaptarse fácilmente un labrador de campos. Había demanda de trabajo en esta nueva tierra de acogida, la ciudad estaba en plena expansión, las fábricas y talleres necesitaban mano de obra no cualificada, a estos menesteres se adaptaban bien los inmigrantes, acostumbrados a labores arduas en esfuerzo y firmeza.
Mi madre entendía de costura, en el pueblo media, cortaba y cosía la ropa para la familia. Encontró ocupación en casa de una acomodada familia de la ciudad, para hacer quehaceres de costurera, a cambio percibía un modesto jornal que bueno era para apoyar la economía familiar.
Vivíamos en una casa con un extraño nombre para nuestro entendimiento “Lore Toki Berri " ( Lugar de flores nuevas )
Desde San Sebastián.
Un ilipense de la diáspora.
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21-12-10 13:32 #6742120 -> 4302646
Por:Antonio Dávila Garci

RE: La Siega
El pasado año por estas fechas envie la parte primera y el primer capitulo de la segunda parte. Continuaré durante estos días de navidad enviando capitulos hasta completar el librito.




CAPITULO SEGUNDO

Una alcoba de no más de doce metros cuadrado era nuestro lugar de
recogimiento, allí estaban nuestras escasas pertenencias, la cama donde mis padres dormían, y un pequeño catre plegable donde cerrando los ojos podía escaparme muy lejos, para ver todo lo que tan distante quedó, el corral con su contenido de flores y alados inquilinos, las soleadas calles, con sus casas blancas, los chiquillos de la mañana, los vespertinos paseos de enamorados, las claras pupilas del Chacho, el deambular de Manolito, las arrugadas manos de la chacha extendiendo la ropa sobre la fresca hierba. Desaparecía la quimera al amanecer, retornando la realidad cuando mis padres se levantaban, para que acudir a su diaria labor.
Tenía la casa una cocina, un baño y tres habitaciones, era frecuente en esa época que tres familias convivieran en la misma, teniendo cada una como lugar privado una estancia, siendo de uso común la cocina y el aseo. Existía una norma no escrita para el uso de estos dos elementos colectivos, siendo puntualmente respetado.
Tomaba mi padre el café negro migado con pan, en una pequeña bolsa metía la tartera con la comida que mi madre le había preparado la noche anterior, y andando se iba a desempeñar su trabajo hasta bien caída la tarde.
Por otro lado mi madre también se desplazaba hasta el centro de la ciudad, a realizar su quehacer diario enhebrando agujas, para reparar con pespuntes e hilo las textiles heridas producidas en pantalones y camisas. En una pequeña fiambrera me dejaba la comida preparada. Así que con solo calentarla en la pulida chapa de la cocina, tenía ya el avio hecho.
Eran muy distintas estas cocinas a las que yo había visto en mi pueblo,aquellas mostraban el vaivén hipnótico de las llamas consumiendo los rugosos troncos de encina, el lengüeteo del fuego trasladaba su calor a los pucheros a través de las negras trébedes, para trocar los duros garbanzos en un agradable y suave y manjar.
Las cocinas aquí se llamaban económicas, estaban formadas por una chapa de hierro fundido bajo la cual existía una oquedad, para alojar carbón mineral, que una vez encendido servía de combustible para calentar el metal y sobre este se cocinaban las comidas.
El mismo día de nuestra llegada mis primas me llevaron a ver el mar, no estaban sus dominios lejos de Ategorrieta, me causó impresión el constante bregar de las olas escondiéndose entre los huecos de las grandes piedras que le servían de frontera y contención, el fragor originaba una blanca espuma que me recordaba la que se deslizaba por el arroyo donde la chacha lavaba la ropa.
Hasta donde se perdía la vista llegaban las cabriolas del agua, daba la sensación que las olas cabalgaban sobre su propio lomo hasta llegar a la fina arena de la playa, y allí transformarse en un mantón espumoso que desaparecía entre la húmeda arenisca.
El lugar donde uno nace te da la identidad, te reviste de costumbres y moldea la manera de expresarse, no era difícil saber de que pueblo venías en tu lugar de origen, simplemente por la manera de decir y pronunciar las cosas, te identificabas. Los pequeños matices fonéticos que en cada lugar se daban, a pesar de estar unos tan cerca de los otros, era el sello que marcaba tu procedencia.
Si esto ocurría en nuestros lugares de origen, ¿qué sensación causaba la manera de exteriorizar nuestra dicción en una región tan diferente y lejana?. Simple y llanamente una llamativa impresión y en ocasiones un disimulado rechazo.
Maketo era la expresión que definía nuestra procedencia, aunque esto se decía la mayoría de las veces con la boca cerrada, y ciertamente por no toda la población autóctona, existía otra expresión más peyorativa para denominarnos, manchuriano, aún no se el significado real de ese vocablo, por no existir en el idioma español, tampoco en el euskera.Con lo fácil que era decir extremeño.
Desde San Sebastián.
Un ilipense de la diáspora.
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24-12-10 07:41 #6756787 -> 4302646
Por:Antonio Dávila Garci

RE: La Siega
CAPITULO TERCERO


Manchuria es una región china con una superficie similar a la de la
península ibérica, pueda ser que intentando afirmar la lejanía de nuestra nacencia, se buscase un lugar tan remoto para denominarnos, aunque tengo la convicción que era una forma desdeñosa de llamarnos, puesto que el gentilicio de Manchuria es manchú.
Esta denominación como anteriormente decía, siguió vigente muchos años, y debió pasar al menos una generación para que quedara traspuesta por lo menos a nivel de la calle.
Para un chiquillo de esa edad, en la que la inocencia rige supercepción, ese tipo de desdén, no tenía mayor importancia.
Asistía a la escuela de Ategorrieta, la evocación de esta época es exigua, tan escasa como el tiempo que residimos en aquel lugar.
Recuerdo que comía de una manera diligente para poder escaparme a un prado inclinado, que había cerca de la casa, me llamaban la atención las pacientes vacas lecheras que por él deambulaban. En ocasiones se me olvidaba, o no me apetecía ir a la escuela por la tarde, era más divertido saltar en el prado sobre la fresca hierba,
observando las vistosas mariposas y percibiendo el canto de los pájaros.
Recuerdo que una tarde salimos de clase para ver la vuelta ciclista a España que pasaba enfrente de la escuela, tiempos en los que Bahamontes y Loroño dirimían su particular duelo por demostrar quien era mejor ciclista, cosa que a mi me traía sin cuidado.
Llegaron malas noticias desde Zalamea, mi abuelo paterno Félix falleció.
Causó un gran desconsuelo en mis padres su muerte, no pudieron ir a Zalamea. Suponía dos días de tren, con lo cual era difícil, por no decir imposible llegar al funeral y al posterior entierro.
Otro nuevo impacto sucedió no pasando mucho tiempo, el fallecimiento del Chacho, añadiendo mas pena a la que ya existía.
Esta segunda muerte tenía otra consecuencia, la Chacha y Manolito
tenían que venirse y así sucedió, poco después de enterrar al Chacho, emprendieron el mismo pegrinaje que nosotros recorrimos unos meses antes.
Así que hubo que hacer hueco en la habitación. En aquel limitado lugar donde dormíamos tres, teníamos que pernoctar cinco.
Los motivos no los sé, pero un día, nos trasladamos de casa. Los pocos enseres que poseíamos los cargaron en un pequeño camión y nos fuimos a otra vivienda, situada en un barrio más distante de San Sebastián, llamado Martutene.
El tipo de convivencia el mismo, con la diferencia de que aquí solo vivíamos dos familias, la nuestra y la del propietario que era numerosa.
Mi padre cambió de trabajo, también de oficio, a veces el destino nos muestra la parte amable del camino, eliminando dificultades y tramos descarnados. Pidieron referencias en la obra donde trabajaba, de algún peón constante y trabajador, con ganas de cambiar de ocupación y de paso mejorar el jornal, le propusieron este cambio y él aceptó encantado.
Yo por mi parte, me mudé de escuela, me gustaba más esta, hice amistad con chicos de mi edad, algunos de ellos hijos de emigrantes como nosotros.
Fui aprendiendo sobre números y letras, también de la vida. Mi padre
madrugaba más para ir tajo, iba andando hasta su lugar de trabajo lloviera o hiciera sol, el precio del billete del tranvía era importante no descontarlo de la economía familiar.
Mi madre ayudaba al mantenimiento de la mejor forma que lo sabía hacer, cosiendo. La Chacha se encargaba de la intendencia del grupo, cuidando además de mí y de Manolito.
Desde San Sebastián.
Un ilipense de la diáspora.
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27-12-10 07:50 #6765519 -> 4302646
Por:Antonio Dávila Garci

RE: La Siega
CAPITULO CUARTO


Aprendí a jugar al balón, los ratos libres los empleaba dando patadas a la pelota con muchachos del barrio, en un descampado que cerca de casa había. Próximo a las casas discurría el río, Urumea es su nombre, la mayor parte del tiempo su flujo de agua iba al encuentro del mar de una forma transparente y sosegada, sin embargo decian que cuando se enfadaba, arrasaba con todo lo que se le ponía por delante.
Tuvimos ocasión de comprobarlo no pasando mucho tiempo. Se tiró lloviendo una semana sin parar, el río fue creciendo en la medida que las aguas del interminable aguacero se incorporaban a su cauce, por fin reboso, calles, paseos, carretera y hasta las vías del tranvía quedaron ocultas bajo la fuerza del agua.
La barriada donde vivíamos quedó incomunicada, hasta el punto que
nos traían el pan en barca, los primeros días fue imposible acceder a la calle. Pasada la primera jornada de la riada, recuerdo a la gente que tenía que ir al trabajo, con los pantalones remangados hasta las rodillas caminando a través el agua hasta llegar a tierra firme.
A partir de los años cincuenta muchas gentes de Extremadura se desplazaron al País Vasco en busca de oportunidades para mejorar su porvenir y el de su familia. Tomar esta decisión me imagino que no fue fácil, había que romper con modos y costumbres enraizadas en sus vidas desde muchos años atrás. Guardarlos en el baúl de la nostalgia y tirar para adelante.
En estas nuevas tierras donde fuera que estuvieran, los hábitos nada
tenían que ver con los que atrás quedaron.
Que sangría vital de extremeños buscando el sustento fuera de su tierra, tratando de hallar fuera de ella, lo que allí no podían o no les dejaban encontrar, el derecho a un trabajo digno y justamente compensado.
¡Cuanta savia joven extremeña abandonada a su suerte!.
Malogrando para sí, tanta energía tanta disposición para el bien hacer, que donde supieron utilizarlo, contribuyeron de una forma decisiva al despegue económico de esos territorios.
Dicen quienes de esto entienden, que entre los años 1.950 y 1.970 migraron o emigraron más de 500.000 extremeños, de una población que rondaría sobre 1.400.000 personas.
Zalamea se acercaba a los 9.000 habitantes en los años cincuenta, en los setenta no pasaba de los 6.500. Actualmente rondará los 4.000, los viejos nos van abandonando, los nacimientos son escasos, y la gente joven a pesar de la preparación de muchos de ellos, se ausentan del pueblo buscando lo mismo que nosotros indagamos, hace ya tantos años.
Un año estuvimos viviendo en Martutene.
Mi padre a base de esfuerzo, sacrificio y muchas horas de trabajo, fue
mejorando su jornal. Hacia ya unos años que la migración desde Castilla, Extremadura y otros lugares de España se asentaba en el País Vasco. Se construían sin descanso barriadas en las que en gran parte los emigrantes fijaban su residencia.
El barrio de Alza está situado a escasos cuatro kilómetros del centro de San Sebastián. En 1.915 quedó anexionado a la ciudad perdiendo su titulo de pueblo. La orografía del casco de Alza es semejante a la de arribalavilla, solo que aquí una docena de vetustas casas se arrimaban a la iglesia de San Marcial, que ocupa un lugar similar al castillo de Arribalavilla.
Desparramados por los quebrados pastizales y arboledas, los caseríos donde las labores de labranza y ganadería, se asemejaban salvando las diferencias a las de nuestra tierra.
Un lugar con mucha extensión, distante de la ciudad lo suficiente para ser considerado extrarradio, pero formando parte de la misma. Espacio adecuado para construir esos barrios dormitorios para gente de salarios y recursos escasos. Esas barriadas alejadas del bienestar, que alrededor de las ciudades tanto abundaban y que hoy en día siguen proliferando, a las que había que distanciar del esplendor del centro.
Desde San Sebastián.
Un ilipense de la diáspora.
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30-12-10 11:10 #6780627 -> 4302646
Por:Antonio Dávila Garci

RE: La Siega
CAPITULO QUINTO


Hacia 1.957 comenzaron a construir las primeras casas, eran viviendas

tan humildes como sus moradores, de cuatro alturas, donde las gentes en

un altísimo porcentaje eran inmigrantes, extrarradios donde no se

miraba el certificado de origen.

Rondaba las trescientas mil pesetas su valor. Cocina, aseo, tres

habitaciones, un largo balcón corrido cerrado con una pequeña tapia de

ladrillo, que servían de soporte al tenderete donde blancas sábanas y

ropa trabajadora se oreaban al sol, jugando con el aire a la gallinita

ciega.

Bloques de vecinos, con pasillos comunes, como comunes eran las casas,

y comunes las vidas de las gentes que en ellas habitábamos.

Es fácil deducir que poca gente por no decir que nadie, podía disponer de

esas trescientas mil pesetas con las que comprarse la vivienda. Y las

cajas de ahorro no fiaban esas cantidades si aval o avalista.

El salario en aquella época podría oscilar entre las trescientas y las

quinientas pesetas mensuales, trabajo había a espuertas, pero a pesar de

ello, se necesitaba un avalista para que la caja te adelantase el crédito

del piso.

Habitualmente se encontraba la persona que ponía su firma como

garantía de que el dinero, volvería a las arcas de la entidad de ahorro,

con el añadido del correspondiente interés.

Esta podía ser el dueño de la empresa donde se trabajaba, los

propietarios de la próspera casa de ciudad, donde obraba como

interina la mujer del obrero, en fin que cada uno se buscaba el avio,

como dios le daba a entender.

Firmabas crédito e intereses con la obligación de devolverlos en los

próximos 10 o 15 años, en adecuados o trabajosos, según viniera la cosa,

pagos mensuales. Vendió mi padre la casa de la calle de la Fuente, donde

yo naciera, el olivar de las Palomas y alguna pequeña tierra que tenia en

propiedad. Con el dinero obtenido podría dar la entrada para acceder

después al crédito de la vivienda, y así sucedió, como tantos otros ya

teníamos vivienda en propiedad, aunque quedaran por pagar 120 o tal

vez 180 ineludibles mensualidades. Con el estreno de la casa llegó a los

pocos meses un nuevo miembro a la familia, mi hermana Raquel, entre

tanto ilipense, se escurrió una donostiarra.

No se si alguien habrá hecho un estudio del dinero que los extremeños

traspasamos a las tierras de acogida, por lo que antes he mencionado,

seguro que nos llevaríamos una sorpresa por el importe de la cuantía, así

pues, el emigrante no solo aportó mano de obra en estas nuestras nuevas

tierras. Abundancia de trabajo, escuelas para los hijos, semana laboral de

cinco días y medio, descansando los domingos y fiestas de guardar.

Poco a poco, casi sin notarlo el vínculo de unión con Extremadura iba

perdiendo vigencia, enmarañado entre el transcurrir de los días.

Mi edad por entonces rondaría los 11 años, iba a la escuela pública de

Alza, recuerdo con afecto aquella escuela. Tenía unas inclinadas y

amplias escaleras de cemento por las que llegabas a un pequeño patio.

Una pared frontal con dos grandes puertas laterales y en medio de

ambas un mástil, donde todos los días antes de entrar en clase se izaba la

bandera, cantábamos aquel himno que muchos entonábamos entre

dientes, y que tanto costo quitárnoslo de encima

A través de cada puerta accedías a una clase, la del lado izquierdo

correspondía a las chicas, las del lado contrarío a la de los muchachos.

Desde San Sabastián.
Un ilipense de la diáspora
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01-01-11 10:43 #6788951 -> 4302646
Por:Antonio Dávila Garci

RE: La Siega
CAPITULO SEXTO

Tendría la clase unos 140 metros cuadrados, suelo de madera, amplios

ventanales con cristaleras, pupitres para dos, con tintero de porcelana

incluido, sobre un pequeño estrado, una desgastada mesa de madera, con

una silla de igual condición situada frente de los pupitres, era el

centro de operaciones del maestro.

Encima de la mesa una esfera giratoria con la representación de países,

mares y océanos del orbe, libros, cuadernos, y una recia regla de

madera que en más de una ocasión se encargó de apaciguar los ánimos de

los escolares.

Detrás de la mesa del preceptor, un crucifijo, a su lado una foto de

Franco, por debajo de ambos, un poco ladeado, un mapa de España,

donde se representaban provincias, regiones, ríos, sistemas montañosos,

cabos, golfos, mares y océanos, Portugal enterito, una pequeña

fracción de Francia, la que linda con los Pirineos, frente a las costas

del este, en medio del Mediterráneo cinco islas, por último en el

vértice inferior izquierdo, en medio de un rectángulo, otras islas

sobre las que se leía Islas Canarias.

Al lado contrario del mapa una inmensa pizarra de luto, aderezada con

blancas tizas de yeso y un borrador de felpa que se encargaba de que lo

escrito perdiera rápidamente vigencia y a otra cosa.

Al fondo de la clase donde estaban los chicos de mayor edad, estaba

situada una estufa de leña. Era cilíndrica, de hierro fundido, con una

tapa en la parte de abajo para retirar las cenizas, y una tapadera en

la parte superior que servia para introducir la leña. Una larga

chimenea de tubo se encargaba de expulsar el humo al exterior, a través

de uno de los ventanales, cumplía con su cometido la estufa durante los

fríos meses del otoño e invierno

Vocación no les faltaba a aquellos maestros, la clase, treinta o

cuarenta niños, desde los que empezaban a aprender las vocales y

consonantes, hasta los que recitábamos aquello de “España limita al

norte con el mar Cantábrico y los montes Pirineos que la separan de

Francia, al este con…

Tengo un grato recuerdo de aquel Maestro, emigrante como gran

parte de sus alumnos, lo escribo con mayúsculas en recuerdo a la labor

educativa que realizó, durante muchos años en aquel barrio. Se llamaba

Don Bernardo, le vi por última vez hace unos cuantos años y aunque mi

cabello ya se había tornado blanco, le saludé con el mismo respeto que

cuando era un chiquillo y levantaba la mano para contestar la pregunta

que él nos hacia.

Me diréis que no hablo del idioma euskaldun, pues bien a pesar de

residir en una zona de emigrantes, también había una importante

población autóctona, que ocurría, sencillamente que la dictadura tenía

prohibido hablar en euskera, y el empleo de este idioma se utilizaba

básicamente en los entornos familiares, realmente había gente vasca que

tenía dificultad para hablar la lengua de Cervantes, pues durante toda

su vida la comunicación con sus semejantes la habían realizado en

euskera.

Cuando le entregaron las llaves del piso a mis padres, no habían

conectado la luz eléctrica a las viviendas, seis meses estuvimos

remediando la oscuridad con velas, el urbanizado de calles y plazas no

existía, se seguían construyendo casas y me imagino que el contratista

no pensaba adecentar los accesos, hasta que terminase de edificar todo

lo que tenía en proyecto, aunque tampoco cuando esto ocurrió lo hizo.

Ocurrió cuando el ocaso de la tarde se mostraba, la hora de

recogernos se iba acercando, Manolito no había aparecido por casa desde

después de la comida del mediodía tan siquiera para coger la merienda,

mis padres no habían regresado aún de sus labores cotidianas, la Chacha

comenzó a buscar a Manolito por el barrio, misión a la cual nos unimos

los muchachos, y algunos vecinos. Empezó a preocuparnos su ausencia,

de modo que pasado algún tiempo y visto que la búsqueda resultaba

infructuosa, se llego a pensar en denunciar su desaparición.

Manolito era un chiquillo vital, muy desinquieto y atrevido, el

desenlace del susto fue cómico, se conoce que aquella tarde le entró

sueño y en vez de irse a la cama, se metió debajo de las enagüillas de

la mesa de la cocina y sobre la base de madera hecho la siesta, por

cierto larga siesta.

Así que cuando despertó y vio que no había nadie en casa, salió a la

calle preguntando por la Chacha, para que le preparara la merienda.

Me imagino que esta, después de abrazar y besar al desaparecido, en la

intimidad de la casa le proporcionaría una buena reprimenda y algún

que otro pescozón.

Desde San sebastián
Un ilipense de la diáspora.
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03-01-11 17:56 #6805306 -> 4302646
Por:Antonio Dávila Garci

RE: La Siega
CAPITULO SEPTIMO

Trabajaban nuestros padres, mientras nosotros aprendíamos

matemáticas, geometría, gramática, historia de España, religión y como

no, formación del espíritu nacional.

También aprendíamos la asignatura más importante, y esta no la

enseñaba el maestro. Descubriendo afinidades, cultivando amistades con

los otros chiquillos, revelando vivencias y descubrimientos personales

que en baja voz se manifestaban, con la boca muy cerca de la oreja del

que escuchaba, esa asignatura básica que nos alejaba de la edad de la

inocencia, para irnos introduciendo en el meollo que conforma la

asignatura de la vida.

Dedicábamos mucho tiempo a los juegos, teníamos el tiempo y el espacio

a nuestro favor, utilizábamos la carretera del barrio como campo de

fútbol, los coches por entonces eran escasos, de tarde en tarde

aparecía algún lento camión, resoplando cuesta arriba con materiales

para las obras, parábamos el partido y nos reíamos viendo pasar el

cansino discurrir del vehiculo.

Cuando nos cansábamos de darle a la pelota y el sol anunciaba el ocaso,

nos sentábamos al borde de la carretera y observábamos. Todas las

tardes una larga hilera de gentes cansadas retornaban a casa, después

de una jornada agotadora de trabajo. Solían venir de uno en uno, con

una alargada bolsa de hule colgada de la espalda, la misma que por la

mañana contenía el sustento del día. Mirando hacia el frente, buscando

el calor de la escueta cena y el reposo de la noche, para volver al día

siguiente a repetir los mismos pasos, el mismo viaje en el trolebús

abarrotado, viendo las mismas caras aunque no hubiera dos iguales.

Así pasamos los días, cara al sol por la mañana, a continuación la

piadosa religión de la mano de la educada urbanidad, la lineal

geometría, la trotamundos geografía, en medio de ellas el recreo, y

antes que este debidamente ordenados, en fila de a uno con nuestro vaso

en la mano, esperábamos que nos dieran el brebaje. Un polvo blanco

mezclado con agua caliente, decían que era originario de los EE. UU., y

que suplía las vitaminas, proteínas y todos los aditivos proporcionados

por la leche de vaca, tenía un extraño sabor, a mí concretamente me

repelía aquella pócima, pero había que tragársela como fuera, pues el

maestro vigilaba que todos nos tomáramos la ración.

La Iglesia de San Marcial, la antigua casa consistorial, el edificio en

que estaba situada la escuela, dos casas y el frontón formaban el

irregular circulo que mantenía dentro de si la plaza de Alza, el lugar

donde jugábamos en los recreos, el sitio donde corríamos detrás de la

pelota, más de una matadura nos produjo el duro suelo de gravilla.

Jugando al corro de las patatas con la escuela y el antiguo

consistorio, unos huérfanos plátanos, quizás serian media docena, su

abundante hojarasca nos proporcionaba sombra y frescor en los meses del

estío.

Había bajo los viejos árboles una piedra cuidadosamente tallada, tenia

forma de trillo, medio metro de altura, una barra de hierro circundaba

su figura, como si de un parachoques se tratara, en la parte delantera

un agujero la traspasaba de arriba abajo.

Un par de días al año cobraba vida la piedra en jornadas de cohetes y

festejo, días de santos. San Marcial y Santa Isabel patronos del lugar.

Parejas de bueyes se encargaban de arrastrar aquella mole, para ver

quién a igualdad de tiempo era capaz de recorrer mayor distancia

tirando de la tonelada y media de granito.

Pasados estos días la piedra volvía a su quietud, ignorando a los

muchachos que el resto del año nos subíamos a su voluminosa grupa.

Fueron pasando esos años, en los que la percepción del paso del tiempo

lo asociábamos más con las estaciones que con el día a día.

Desde San Sebastián
Un ilipende de la diáspora
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Puntos:
05-01-11 12:27 #6814733 -> 4302646
Por:Antonio Dávila Garci

RE: La Siega
CAPITULO OCTAVO




Invierno, desnudez en los viejos plátanos de la plaza, lluvia, frío, alguna vez de tarde en tarde nieve, barro en la calle, jersey de lana hecho a mano por la Chacha, la estufa en la escuela a pleno rendimiento, potaje de garbanzos.
Primavera, luminosidad, las yemas de los viejos plátanos de la plaza
comienzan a mostrar tiernos abanicos, lluvia, tibio el calor, ocasional el frío, polvo y barro en las calles, camisas de lienzo hechas por mi madre, la estufa está sumida en un profundo letargo, ensalada, patatas y huevos fritos.
Verano, ternos verdes luce la arboleda, calor y aquí también moscas, fango seco, volátil. Camisetas de colores, zapatillas de esparto, solitaria, postergada en la olvidada clase, la estufa hiberna en agosto, gazpacho y tortilla de patata.
Otoño, los plátanos muestran la desnudez de sus ramas, hojas surfeando con el viento, camisa de felpa y chaquetilla, pantalones de mahón, se sonroja la estufa jugando con el fuego al escondite, migas y torreznos.
Así transcurrían las estaciones, mientras los libros iban dejando su antiguo legado en nuestras inquietas mentes, la vida nos mostraba sus entresijos, las amistades se acentuaban. Cumplí doce años aquel enero, había transcurrido un lustro desde que dejamos mi añorado pueblo, los recuerdos se iban diluyendo en la nebulosa del olvido, aquella forma de hablar tan característica fue desapareciendo sin darnos cuenta, la adaptación a la nueva tierra iba poco a poco produciéndose, aunque en ocasiones cerrando los ojos podía ver el campanario de la iglesia, y se me hacia escuchar el tañer de sus campanas.
Una tarde después de regresar de la escuela, me preparó la Chacha, como lo hacía todos días la merienda, pan con mortadela, no me apetecía el bocadillo, quizás fuera la mortadela.
Decía yo, que en su lugar bien podría haberme puesto unas jícaras de chocolate. Estaba sentado en un murete que discurría paralelo a la calle
,definitivamente no me iba a comer la merienda, tampoco la podía tirar al suelo de una forma descarada, porque alguna persona mayor me podían ver y llamarme la atención o decírselo a la Chacha, así que con mucho disimulo dejé el bocadillo aparcado sobre el muro, a la vez que poco a poco me iba distanciando de él.
El gesto que yo pensaba lo había hecho con fingimiento, estaba siendo observado.
Cuando consideré que la distancia era la suficiente, para que no se me relacionara con el desamparado bocadillo, lo observe en su abandono. No tardé en recibir una lección que recordaré mientras viva, un chaval de mis años se iba acercando con la misma cautela al solitario bocado, cuando llegó hasta él lo recogió entre sus manos y con ansia comenzó a comérselo. Yo miraba de reojo la escena y pensé que ese muchacho, por cierto emigrante de Badajoz como yo, no tenía la suerte de comer pan con mortadela todos los días, aquello me sirvió par dar valor a las cosas, aunque fueran tan cotidianas como un bocadillo de mortadela.
Casi sin darnos cuenta corrían los años, las cosas en el colegio iban viento en popa, no se me daba mal estudiar, habitualmente un chico con catorce o quince años estaba ya en edad de acceder al trabajo, la paleta, el cepillo de carpintero, la lima y el martillo, tal vez los alicates de electricista, quizás el torno, los mandaos en la oficina o en el banco, nos estaban esperando, como tantas veces había ocurrido con otros de nuestra condición.
Tendría trece años cuando un día el maestro me dijo que quería hablar con mi padre, así que al día siguiente se presentó en casa del preceptor.
Había una escuela profesional regentada por los salesianos, situada a tres o cuatro kilómetros de donde vivíamos.

Desde San Sebastián.
Un ilipense de la diáspora.
¡¡¡ZALAMEA CAPITAL CULTURAL DE LA SERENA!!!
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07-01-11 09:22 #6822847 -> 4302646
Por:Antonio Dávila Garci

RE: La Siega
Con estos dos capítulos doy por terminado el libro La Siega.
He tratado de recordar momentos y vivencias de gentes que nos vimos en la necesidad de alejarnos de esa porción de tierra tan querida,en pos de otros lugares donde tratamos de buscar nuevos horizontes y otras esperanzas.
Pero siempre seguimos añorando y queriendo desde la distancia ese pueblo, esas calles, esas gentes que fueron motivo y origen de nuestras existencias.

CAPITULO NOVENO



Ese sería el lugar donde pasaría los próximos seis años. El taller esperaba por la mañana, los libros por la tarde. Había una gran demanda en la industria para ocupar puestos de trabajo con gente joven preparada, y estos colegios mitad fábrica, mitad escuela, cumplían a la perfección el requisito para la formación requerida en ambos sentidos.
Esta nueva escuela no era gratis, había que pagar una cuota todos los
meses. Un esfuerzo más que recaía sobre los hombros de mis padres, que mes a mes fueron dándome la posibilidad de adquirir los conocimientos necesarios, para que el porvenir no fuera tan arduo, como había sido el de ellos. Cuatro veces a día recorría los tres o cuatro kilómetros que separaban la ciudad laboral Don Bosco de mi casa.
Recuerdo las veces que llegaba chorreando al colegio, la lluvia por estas zonas es compañía obligada e inseparable tanto en invierno como en verano.
Así que los días en los que el mal tiempo se imponía, mi madre me
preparaba una tartera con la comida del mediodía, el cocinero del colegio que por cierto era salesiano, nacido en un pueblo guipuzcoano llamado Azcoitia, en el que hay una buena colonia de gentes de Zalamea, devoto hincha del atletic de Bilbao, calentaba mi alimento y me buscaba un lugar donde poder comer en la cocina.
Afortunadamente los años siguientes conseguí una beca que sufragaba los gastos de la manutención del mediodía, pude así dejar la tartera en casa y cargar tan solo con libros y cuadernos en mis caminatas al colegio.
Transcurrían mis días entre la vida estudiantil con los compañeros de clase, entre los que encontré algún buen amigo, y los compañeros del barrio con los que mantenía más relación y afecto.
Empezábamos a entablar los primeros escarceos con chicas de nuestra edad y condición, como sucedía en cualquier otro lugar, entre jóvenes que despertábamos a la vida, gratos momentos aquellos.
Aparecieron las primeras pintadas políticas en el colegio, el movimiento obrero era a pesar de su clandestinidad muy importante, las huelgas empezaron a salir a la luz. El camino hacia la libertad seguía su rodadura con más tráfico por la carretera.
Corría el año 1.964 cuando aparecieron por el barrio unos curas, jesuitas por cierto, eran jóvenes y además de realizar su labor social y evangélica entre la gentes del barrio, trabajaban en fábricas, que mejor manera podía haber para entender los problemas económico sociales de esas gentes con las que cohabitaban. El comedor de la casa donde vivían lo habilitaron como sala de ocio para la gente joven. Hasta ellos nos acercamos, hasta conseguimos una televisión en la que veíamos al invicto real Madrid de esa época.
Pero además en ese mismo lugar, nos asomábamos a las ventanas de la realidad que nos trataron de ocultar tan duramente, durante tanto tiempo. Gentes prohibidas por su discurso, por sus aspiraciones de un mundo más humano y equitativo, nos enseñaban desde la clandestinidad, que esa sociedad era posible y que a pesar de toda la oscuridad reinante, llegaría el día en que la gente podría expresar con libertad sus ideas.
Formamos además un equipo de atletismo, y otro de rugby.




CAPITULO DECIMO





Yo seguía con mis estudios, además jugaba al futbol, y no lo hacía mal en ambas cosas.
Nunca me han gustado ni me gustan las peleas, tan solo una vez me he peleado, ocurrió en el colegio, un compañero de clase me recriminó un día irritado y con malos modos el lugar de mi procedencia, creyendo que con ello me insultaba, y no contento añadió además que mi padre, había venido a Euskadi a quitarle el pan al suyo, aquello ya no me gusto y nos enzarzamos, que sabia el sujeto de las dificultades, de los sacrificios que habíamos y estábamos haciendo para honradamente ganarnos el pan, en una tierra a la que teníamos tanto derecho como los podía tener él.
Algo de esto ocurre en estos tiempos que nos acompañan, con la diferencia que entonces el trabajo navegaba por ríos de abundancia.
Moceábamos como lo hacia la gente de nuestra edad, aparecieron los
primeros escarceos con las muchachas. En aquella época era frecuente ir a los baile públicos de los pueblos, Pasajes, Rentería, Lasarte. Eran épocas de playa, sol y muchachas, en las que encuentras mucha gente por la ruta, en la que hoy te enamorabas y mañana todo estaba olvidado, en la que las alegrías y los desengaños eran frecuentes compañeros de camino.
Corría el año 1.965, tenía entonces dieciséis años, hacia diez años que dejamos Zalamea y ese año iba a ir a la feria de Septiembre.
Se me hacia que no corría el tiempo, pensando en que pronto volvería a pisar las calles de mi pueblo.
Llegó por fin el día tan deseado, después de un largo viaje pude volver a ver Zalamea desde la Cruz de Quintana. Todo estaba como quedó cuando salí, solo que mi casa ya no era mi casa, yo hablaba de un modo diferente a la que se expresaba la gente de mi pueblo, el tiempo no había pasado en balde. Recorrí calles, visité plazas, subí por las escaleras que acercan al Cristo, era una promesa que mi madre me dijo que hiciera por ella. También tuve ocasión de echar un baile en Retuerta, expeler el humo de un bisoño cigarro a la cara de una muchacha, sin saber que era este gesto, señal de enamoramiento, visitamos la altura desde la enorme rueda de una vieja noria de feria asentada en el tablao. Jugué a futbol con el Ilipense en el viejo campo de futbol.
Contemplé el fulgor del firmamento, mientras Locura de Amor se mostraba sobre la blanca pared del cine de verano. Ausentes en medio del bullicio, paseamos por el nocturno.
Como no podía ser de otra manera, sentí por primera vez ese juvenil amor, que solo se siente con dieciséis años. Todo esto sucedió allí, en Zalamea.



EPÍLOGO





De nuevo la distancia volvió a pronunciar su veredicto, regresé a esta mi segunda tierra, la tierra que hace tantos años nos brindo la oportunidad, no sin tesón por nuestra parte, de mejorar las aspiraciones a las que todo humano tiene derecho.
Mientras tanto, la vida siguió dictando el guión que para mi anónimo personaje tenia escrito.
Esto que detallo en este relato de vivencias, seguro que podrá ser puesto en boca de otras gentes, que como fue nuestro caso tuvieron la necesidad de cambiar, el nombre, el número y el código postal de esa vieja calle, en la que dieron los primeros pasos.
Sin embargo, el sentimiento, el horizonte de dehesas y azul que nos vio despertar a la vida, acompaña nuestro anónimo caminar donde quiera que nos encontremos.



San Sebastián mes de Febrero de 2.010









VOCABULARIO





PARVA.- Mies tendida en la era para trillarla, o después de trillada, antes de separar el grano.

JERGÓN.- Colchón de paja, esparto o hierbas sin bastos.

JUNCIA.- Planta herbácea de rizoma negro, tallo robusto, de hasta un metro y medio de altura, propia de suelos húmedos.

PÓMPORA.- Burbuja muy fina realizada con agua y jabón, también llamada pompa.

ANGARILLAS.- Armazón compuesto de dos varas con un tabladillo en medio en el que se llevaba materiales u objetos.

COSTILLAS.- Trampa para cazar pequeños pájaros.

FUENTE DEL HIJUELO.- Lugar denominado de esta manera, situado más allá del Docenario, donde antiguamente se solía ir a por agua de su manantial para beber, también se iba a lavar la ropa.

CHOROVITAS.- ( Motacilla Alba ) Ave del tamaño de un gorrión, con la cola más larga, de color blanquecino, conocida también como
lavandera blanca.

TRIGUEROS.- ( Miliaria calandra ) Ave de la familia de los escribanos, de pico grueso, plumaje pardo, parecido al de las alondras.

COSTALES.- Saco grande de tela ordinaria, en que comúnmente se transportaba granos de las cosechas.

DOBLAO.- Desván de la casa situado bajo el tejado, donde se guardaba parte de las cosechas, aperos y trastos viejos.

MURGAÑO.- ( Pholcus phalangioides ) Araña de patas largas y delgadas gusta de estar en lugares oscuros y húmedos de las casas.

GOZNE.- Bisagra metálica o pernio.

JOFAINA.- Vasija en forma de taza de gran diámetro y poca profundidad que sirve para lavarse la cara o las manos.

PALANGANA.- Fuente o plato ancho y de poco fondo.


ENAGUILLAS.- Saya de tela para cubrir la mesa bajo la que se encuentra el brasero.

MOCHA.- Dícese de las cabras que no tienen cuernos.

COCHINO.- Cerdo cebado que se destina para la matanza.

BUCHÓN.- Esófago dilatado de algunos animales, esófago del cerdo.

PANTAGRUÉLICA.- Dícese hablando de comidas de las cantidades excesivas.

BARRUNTABA.- Preveer, conjeturar o presentir alguna señal o inicio.

PATACAJONES.- Forma de sentarse de una criatura sobre la cadera de una mujer.

APEARSE.- Desmontar o bajar a alguno de de una caballería o carruaje.

ASPIDISTRA.- ( Aspidistra elatior )Planta ornamental de interior o exterior de hoja ancha y verde, muy popular en jardines y patios.

NACENCIA.- Acción y afecto de nacer, nacimiento.

BOLINDRES.- Juego común hasta hace poco en España, más conocido como juego de las canicas.

TERRATENIENTE.- Dueño o poseedor de tierras o haciendas.

TRÉBEDE.- Aro o triángulo de hierro con tres pies que sirve para poner al fuego sartenes, peroles, etc.

AULAGA.- ( Ulex parviflorux )Planta espinosa con las hojas simples y agudas y las flores amarillas reunidas en racimos, propia de zonas submediterráneas.

AVIO.- Entre pastores y gentes de campo, provisión que llevan al hato para alimentarse, durante el tiempo que tardan en volver al pueblo o cortijo.

CATRE.- Cama ligera para una sola persona.

MAKETO.- Termino despectivo utilizado para denominar a los emigrantes pobres asentados en el País Vasco.

LENTISCO.- ( Pistacia lentisco) Planta típicamente mediterránea, se cría en matorrales secos, preferéntemente en suelos calcáreos.

LATIFUNDIO.- Finca de gran extensión de tierra cultivable.

JÍCARA.- Porción en la que se dividía la tableta de chocolate.

Desd San Sebastián
Un ilipense de la diáspora
¡¡¡ZALAMEA CAPITAL CULTURAL DE LA SERENA!!!
Puntos:
05-08-12 14:06 #10386681 -> 4302646
Por:No Registrado
RE: La Siega
Sin duda éste es un libro muy interesante para ser leído por todos y especialmente por los emigrantes.

Saludos.
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