Zalamea de la Serena - Badajoz

Escribo sobre lo que observo y hay algo que siempre me ha llamado la atención y me ha causado un gran respeto.
A esto dedico mi comentario.

LAS MANOS

No se si la suave brisa que jugueteaba con la mañana, era la causante del casi imperceptible movimiento tembloroso de las arrugadas manos que se asían como marchitas hojas otoñales al desgastado y reluciente garrote de acebuche.
Como volcanes apagados se reflejaban las durezas del pasado en las viejas manos. Surcos desparramados verticales los unos, horizontales y oblicuos los demás, cruzaban como secos cauces de agua, la frágil y tostada piel que servía como armazón de nudillos, falanges, carpianos y metacarpianos.
Eché la vista atrás adivinando que también esas manos muchos años atrás balbucearon minúsculas y trémulas sin dirección concreta, en busca de la redondez, de la sonrosada frescura de los maternos pezones, manantiales de primores y vida, para que esos diminutos dedos y las sonrosadas uñas siguieran el natural y vital proceso multiplicador de su diminuta figura.
Manos que acariciaban rostros y labios maternales, buscando respuestas en forma de ternuras y besos.
Manos que fueron horadando en el vigor y la energía para poder anclar sus raíces sobre los minutos, las horas y los días, que con la primavera de la niñez se iban sucediendo casi imperceptibles.
Se transformaban las torpes palmas en ágiles e impacientes manos juveniles.
Manos que trepaban por las vertientes de los años.
Manos que escribían de izquierda a derecha dictados y pensamientos.
Manos que poco a poco se fueron dejando de persignar el rostro de norte a sur y de este a oeste.
Manos que a través de una escudilla tomaban el alimento nuestro de cada día.
Manos que observaban.
Manos que reían.
Manos que en la soledad gemían y se rebelaban.
Manos que sentían la necesidad de caminar por senderos solitarios descubriendo placeres y deseos que otrora parecían inalcanzables.
Manos que asidas a otras manos buscaban la igualdad y la belleza.
Soñadoras manos que con cinceles de sentimiento y sensibilidad tallaban la ternura.
Manos indicando que tras el horizonte sombrío, se ocultaban verdes praderas de frescas yerbas, donde la flora con un pincel mágico coloreaba los balcones de las sierras y encalaba los ventanales de las dehesas acicaladas de trigos y encinas.
Y con el andar de los días fueron terciándose las ágiles manos en robustos norays a los que amarrar la vida.
A pesar de ello no perdieron las manos su aspecto originario, y sintieron lo que nunca antes pudieron percibir, el perfumado roce del legado de otras manos ínfimas, destinadas a restituir las suyas, cuando temblorosamente inseguras se iniciaban en el desenlace de la vida.
Cuanto habrían aportado al entendimiento esas anónimas y viejas manos pensé para mí.
Lástima que las témporas y el egoísmo desaprensivo de unos cuantos no puedan contemplar la nobleza de esas anónimas manos.
No se dan cuenta que con esas callosas y arrugadas manos han ido elaborado desde el origen del año más remoto, las templadas primaveras.
Cuando las observo temblorosas deambulando por calles y jardines buscando la tibieza del mediodía, presiento que cuando la última de ellas falte, se habrán acabado las primaveras.
Desde San Sebastián.
Un ilipense de la diáspora.
¡¡¡ZALAMEA CAPITAL CULTURAL DE LA SERENA!!!

Hay esas manos de algunos! Si no la hubiesen tenido cuanto de menos hubiesen robado

Las anteriores observaciones se pueden contemplar (con mucha discreción)
paseando por el Tablao, en la plaza del la calle Fuentes, sentadas sobre bancos en el Pocillo, asidas a una azada trabajando las huertas, o quizás tras la garrota que guía y cuida un rebaño allá por la Carrera del Caballo. También se pueden contemplar de una manera más sencilla asiéndoselas a tu abuelo/a.