Zalamea de la Serena - Badajoz

Ya que han pasado los papa noeles, los reyes y toda esta serie de repetitivos acontecimientos, voy a contar un cuento.


La Camisa de franela.

No le gusto a Jorge la camisa de franela azulada que le trajeron los Reyes.
Le parecía una camisa para pobres y él gracias a la diosa fortuna no estaba situado en esa clase social.
Hasta la camisa se dio cuenta del desaire, y se sintió triste.
Ella que estaba confeccionada de lana y algodón para combatir los fríos de Enero, no comprendía que el engreído muchacho la hubiera repudiado.
Pero el azar, que en sus revoloteos va repartiendo fortunas y desventuras, quiso actuar una mañana, Jorge en su motocicleta iba camino del colegio, un resbalón en el húmedo asfalto provocó la caída.
El casco sirvió de parachoques contra el suelo, el anorak se deshizo al rozar contra el asfalto quedando el muchacho con una fractura de uno de los brazos y un fuerte esguince en el tobillo.
La camisa de franela azulada protegió la piel del muchacho evitando en gran parte rozaduras y quemazones, eso sí pagó la bondad de su diligencia, pues quedó maltrecha.
En el centro asistencial la introdujeron en una bolsa de plástico junto al resto de pertenencias.
Metida en la bolsa a casa la llevaron, allí vieron su estado y decidieron prescindir de ella.
Temprano acudía la guineana María Isabel a prestar sus servicios domésticos en casa de Jorge.
La madre de este antes de irse a su trabajo le indicó que llevara la bolsa con las vestimentas malparadas a la basura.
María Isabel sintió curiosidad por saber el contenido de la bolsa pues era voluminosa y tenía poco peso.
Abrió el envoltorio y vio la camisa de franela azul que había incorporado a su color original algunas salpicaduras rubíes, pensó que remendado un poco por aquí, cortando algún trozo de bastilla por allá, podría tapar los rotos y descosidos.
Del resto del contenido de la bolsa nada hubo que llamara su atención.
Tal como lo pensó lo hizo, sacó la camisa del féretro de plástico y la metió en su bolso.
Restauró María Isabel la dañada camisa, quedaron en ella ondas cicatrices tras el arreglo, a pesar de remiendos y añadidos, eso sí conservaba su tacto calentito y suave.
Pensó que en su país podrían hacer buen uso de ella aunque allí hiciera calor.
Tal vez suprimiendo sus mangas y no atando sus botones, pudiera ser usada.
Así que una mañana camino de su faena metió la camisa en un contenedor, en el que se dejaban ropas para enviarlas a países del continente africano.
Pasó seis meses deambulando por mares, caminos de arena, sendas encharcadas y selvas tropicales cuando arribó la blusa de franela a un pequeño pueblo de cabañas y humildes cobertizos de madera, al que rodeaban altos árboles y espesa vegetación.
Cuando rasgaron la caja de cartón que le sirvió de cobijo todo este tiempo atrás, vio de nuevo la luz, respiró aire húmedo y cálido, envuelto en la neblina azulada que salía por entre las cubiertas de hojas de palma de las humildes chozas.
Manos del color del chocolate deformadas por el paso del tiempo, fueron haciendo pequeños montones con los objetos que sacaban del interior de la caja, pantalones, camisetas, bañadores, blusas, camisas, calcetines, calzados.
Niños, niñas, hombres, mujeres, perros escuálidos, gallinas rodeadas por diminutos pollitos, un gallo a medio desplumar, tres cabras y cuatro vacas de ubres famélicas contemplaban la escena.
El hombre con las manos del color del chocolate fue repartiendo entre la gente los calzados, la ropa, pero no toda ella.
Cuando sus manos se toparon con la camisa de franela, la retuvo comprobando por unos momentos su suave tacto, después la dejo cerca de sus pies descalzos.
Fue poco a poco deshaciéndose el círculo que los pobladores formaron alrededor del anciano, cada uno volvió a su menester, tan solo un niño con los ojos como la luna nueva permanecía a su lado, delgado con su vientrecillo prominente.
Portaba como estandartes sus descalzos pies, un raído pantaloncillo, y una camiseta con anchas rayas verticales hermanada por el uso con el pantalón, tenía un nombre en su espalda al que aún faltándole alguna letra se podía adivinar “messi.”
El viejo lo miro con la perenne sonrisa de su cara diciéndole “Maluk la camisa azul es para ti, ya se que es un poco grande para tus seis años, pero yo te la voy a preparar para que puedas disfrutar de ella mucho tiempo.”
Sentado en un minúsculo banco de madera de boj, fue haciendo el viejo uso de los minutos y las horas que gratuitamente nos brinda el tiempo, mientras con un desgastado cuchillo fue troceando la camisa.
De su irregular geometría extrajo figuras regulares que parecían conformar un rompecabezas, como si fuera Elisa cortando la piel del buey que dio origen a Cartago, fue el viejo sacando finas tiras de tela de los pequeños restos que de ella quedaron.
Atando los extremos de las hojas secas de una planta, fue formando una bola, después depositó sobre la esfera vegetal los trozos de la camisa de franela que había cortado, y por cosas del saber, sus formas coincidieron hasta concluir con la redondez de una pelota.
Con una aguja hecha de una ramita de Ceiba y las finas tiras de tela, fue el viejo cosiendo entre si las porciones de camisa de franela.
Pasado un tiempo, el justo que una metamorfosis necesita se obró la maravilla, la maltrecha camisa se había transformado en una hermosa pelota de trapo.
Fue el viejo en busca de Maluk para entregarle su pelota, el chiquillo no cabía de gozo cuando tuvo la suave pelota en sus manos.
Con el paso del tiempo fue perdiendo su color azulado la pelota de franela, el contacto con los desnudos pies y manos de las gentes del color del chocolate se fueron impregnando en la transformada camisa, que feliz era haciendo dichosos a los niños y niñas que sobre la roja tierra del poblado corrían tras una pelota de trapo de franela.
Desde San Sebastián.
Un ilipense de la diáspora.
¡¡¡ZALAMEA CAPITAL CULTURAL DE LA SERENA!!!