Baterno - Badajoz

No importa que acabes de llegar o que vengas de paso. No importa que pases o te quedes. Baterno es una población que deja huella, un colectivo social de gente verdaderamente auténtica que te trata con la misma familiaridad que a un vecino de siempre.
En un lejano 1983 hice mi aterrizaje en el admirado lugar de La Siberia, mi primer destino como profesional de la enseñanza, con treinta años menos de servicio en el cuerpo del magisterio. Lo hice con el idealismo de la juventud latiéndome por las venas y el despiste de la falta de experiencia enarbolado como bandera.
Enseguida se abrieron de brazos los vecinos, para ayudarme y colaborar en que lo fuese menester. Me alojé en una hogareña casa particular, recibiendo el trato especial de ser considerado como uno más de la familia. Fui acogido entre los jóvenes como uno de ellos. Con ellos salía los fines de semana en busca de diversión por las discotecas de Agudo y jugaba los partidos matinales de fútbol del domingo en el campo de las eras y los de rivalidad comarcal con los pueblos del entorno. Con ellos participé en la condena de los pajarillos del Trampal que atrapamos en los cepos, con ocasión de la nevada del carnaval. Con ellos tomé las primeras cervezas y sentí la euforia de la pujanza del alcohol. Con ellos compartí los sabores y sinsabores de los progresos sentimentales.
No importa que se ubique en los extremos del territorio extremeño, apartado de las principales arterias de comunicación regional, a medio tiro de piedra de La Mancha quijotesca. Menos aún que se trate de un reducido núcleo de escas población. Con fútbol o sin fútbol, Baterno es una mina de sensaciones agradables y su gente adorable. Buceando en los recurdos del pasado, agudizo los sentidos y me exalta la fantasía de ver, de oler, de ansiar y apetecer. La tonalidad de sus campos es multicolor e infinita; el olor a primavera de las veredas, una delicia para gozar. Ahora mismo el deseo y la intención llegan más lejos que la realidad donde habito, y repaso una a una las correrías que protagonicé por las riveras del Esteras y las umbrías de la finca de El Hoyorno.
Cuando junio amenaza con el inicio de las plagas de sol, los trigales de la intersección del arroyo de La Nava con la carretera a Valdemanco y Agudo doran la esperanza que se esconde en las espigas. La cigarra se afana desesperadamente en colmar de cantos insistentes la copa de la encina achaparrada y el ramaje grisáceo del olivo. En mi último junio como maestro, las madres de los alumnos, agradecidas y nada perezosas, por su libre voluntad acordaron organizar una fiesta de despedida del curso, organizando una comida campestre en los alrededores de la ermita de Nuestra Señora del Fuego. La melodía de la caja de música que me regalaron las madres ha dejado de sonar, por desgaste de las piezas, pero guardo el rítmo de su canción en lo más profundo de la memoria. Conservo una borrosa foto en la puerta de la ermita con mis alumnos de entonces.
Me imagino a esos alumnos que aparecen con cara de inocencia en la foto convertidos en adultos que ahora no reconocería al verlos, con sus treinta y tantos años, campeando a sus anchas por las mismas calles baterneras que hollaron mis pasos y gocé conocer.
Cuando el sol se dejaba caer por el horizonte, a poniente, desgajado en una aureola rosada y amarilla, que parecía incendiar el encinar de la dehesa, sonaban las esquilas de las ovejas que regresaban de pastar en la raña al calor de los corrales. Los amos se afanaban vigilando el amamantar de los corderos y ordeñando la leche de las ovejas sin crías. La música de los balidos, bucólica imagen, se extendía por los entornos del ejido, mezclada entre cantos de grillos y ruiseñores.
Me enamora, pincelada de color en la distancia, la naturaleza bravía y espectacular de Baterno, su biodiversidad, su variedad faunística y vegetal, su estampa de pueblo blanco y sereno, tal como lo contemplo desde la loma de la ermita de la Virgen del Fuego.
Baterno, mi pueblo de adopción, mi segunda patria, sigue y seguirá formando parte de mí, mientras viva o tenga conciencia de que mi memoria existe. Desde la distancia temporal que me separa de la realidad de los recuerdos, gracias por la cariñosa acogida, baterneros.

No seras jose luis

Complace comprobar que alguien me recuerda...
Un saludo cordial y agradecido.