Barcarrota - Badajoz

COPIADO Y PEGADO

Siempre lo sospeché, pero hasta ayer no lo tuve tan claro. Todo el pensamiento de José María Aznar, todo, cabe en la punta de un dedo. Justo en el espacio en el que se resume el aburrimiento de los conductores gorrinos, mientras esperan ante un semáforo cerrado.

José María Aznar fue ayer en Oviedo la mejor caricatura de sí mismo. El siempre atento Forges no ha tenido que esforzarse. Le ha bastado con pintar un tipo feo y sombrío, de melena imposible, con un bigote que ya no es, una bufanda hasta los pies y, sobre todo, una cara de cretino digna de un tratado de patología.

Lo de que su pensamiento cabe en un dedo no es gratuito. No hay más que escuchar los discursos que a saber quién le escribe. No hay más que intentar reflexionar sobre las palabras huecas e infladas que dedica a temas trascendentales, sobre la simpleza, no confundir con sencillez, de sus argumentos para resolver los problemas de la economía, el terrorismo o la política internacional.

Cualquier foto de las muchas que se hizo junto a su denostado amigo George W. Bush se podría comentar parafraseando el chiste del guardia a caballo: el de la mirada noble e inteligente es Bush. En fin, un primor.

No sé qué es lo que ven algunos en él. Quizá les domine ese lado oscuro del alma que les empuja a ser dominados y despreciados. O quizá, y más probablemente, el creerse que con su coche a plazos, su hipoteca, sus facturas sin IVA, su chándal y el colegio pijo, que no necesariamente bueno para los niños, con todo eso se igualan a quien, lo dicen algunos, cuando llegó a la cúpula del PP no pasaba de la mediocridad en patrimonio, cultura y simpatía.

El pensamiento de Aznar, insisto, cabe en un dedo, porque su gesto resume su actitud. Nunca fue, ni quiso ser, el presidente de todos los españoles, porque desprecia como es difícil imaginar a quien no se entrega a él en adulaciones morbosas. Nadie que sea capaz de ver más allá de sus narices haría un gesto así que ha tenido las consecuencias que ha tenido, que los periódicos para los que predica o para los que va a predicar su hijo José María han suavizado, cuando no ocultado, escandalosamente.

Esas no son maneras para alguien que ha representado y, mal que nos pese, representa la imagen de la democracia española.

Y, además, se cree guapo el muy iluso.