En estos días se celebra el día de la música. Yo soy consumidora nata de ella desde que tengo uso de razón, me transporta, me lleva, me acompaña. La vida es ritmo, rumor y ruido, hasta el silencio puede resultar atronador.
El soneto que va a continuación va dedicado a esos músicos que pueblan las calles de las ciudades, juglares urbanos, que las convierten en torres de Babel a lo sinfónico con más o menos arte o estilo.
Algunos músicos famosos empezaron tocando en la calle (hoy internet es una plataforma mediante la que se llega a más público), otros se ven obligados a buscar estos escenarios en busca de ayuda económica día tras día.
A los músicos callejeros, que nos importunan o nos consuelan, a esos músicos capaces de transmitir alegría y lucha, desde esos pentagramas escritos bajo clave de sol nublado, y notas graves de tristeza.
MÚSICO CALLEJERO Con aire de maestría forzosa escoge al azar cualquier partitura, y desliza por las notas borrosas una mirada, de negra tintura.
En medio de las calles bulliciosas entona melodías de dulzura, mientras el gentío que va a sus cosas no repara en su música y figura.
Él con el tesón y empecinamiento, de los que no dan nada por perdido pese a tener el alma en almoneda,
se entrega sin reserva o miramiento a un público, hostil fugaz distraído a cambio de nada o de una moneda. DLV®