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11-06-09 15:01 #2469383
Por:elnombredelarosa

RE: fútbol
Pasan los años, los lustros y las décadas y las mujeres nos seguimos preguntando: ¿Qué diablos le ven los hombres al fútbol? ¿Adónde está la gracia de mirar cómo juegan otros, o -en el mejor de los casos- a transpirar camisetas, destrozar el césped o enlodarse los pantalones por intentar meter una triste pelota entre dos palitos?

Intentando descubrir el fenómeno que paraliza a los hombres delante de las pantallas de televisión y los convierte en bestias salvajes en las gradas de una cancha de fútbol, se concluye que los hombres son fanáticos del fútbol por las siguientes razones:

1- PARA RECORDAR LA INFANCIA

Todos los varones, por distintos que sean, tienen algo en común: de chicos todos jugaron al fútbol. En el patio de la escuela, en el parque de la “Soledad” o en la antigua “Corredera”, no hay hombre villano que no haya corrido tras el balón con los chicos de la cuadrilla. Como aunque pasen muchos años ellos no salen jamás de su infancia, empeñados en quedarse en la edad mental de diez años aunque tengan cincuenta se quedan embelesados mirando jugar al fútbol aunque ya no les de él resuello para correr tras una pelota. Sería los mismos que si las mujeres mayores pasáramos los domingos enteros embelesadas mirando por la tele cómo unas señoras crecidas juegan a las “Barbies” o las “Nancies” sentadas en el piso. Ya sería grave que juguemos a las “Barbies/Nancies” pasada cierta edad, pero mucho peor sería mirar cómo juegan a las muñecas otras mujeres adultas. La diferencia entre hombres y mujeres es que a los hombres no les da vergüenza tan absurda actitud.

2- PARA NO SENTIRSE SOLOS

Los hombres se dividen en solitarios y competitivos. Los solitarios no tienen amigos ni les importa tenerlos, y ni siquiera se comunican con sus hermanos, sus hijos o sus madres.
Los competitivos se comunican más con los demás. Suelen enviar mensajes como: “Su trabajo es desastroso, Ramírez” o “González, está despedido”.
Para ambos, las capacidades de lograr amistades verdaderas son casi nulas: nunca visitan un amigo, no intiman con el socio y no conocen la vida privada del compañero de tenis. Las conversaciones masculinas son compactos de noticias: política, el tiempo, policiales y deportivas. Al contrario de las mujeres, ningún hombre se entera de que el amigo tiene conflictos en su matrimonio antes de que le anuncie el divorcio.
¿Cómo soportan su soledad, sin tener la capacidad de comunicarse que tenemos las mujeres? ¡Mirando partidos de fútbol! Ellos saben que los partidos de fútbol son los únicos programas que tienen buen “rating”. Saben que en ese momento en que miran el partido hay por lo menos otros tres millones de hombres, solos en su casa, haciendo lo mismo. ¿No es como para sentirse acompañado?


3-PARA TENER UN TEMA DE CONVERSACIÓN

Como ya dijimos, los hombres no se caracterizan por sus capacidades conversacionales. Pero así como están limitados para hablar de temas trascendentales en la vida, pueden mantener sesudas conversaciones acerca de si fue o no fue gol, y qué hubiera pasado si el goleador no se hubiera lesionado o si en vez de jugar de 7 lo hubieran puesto a jugar de 10. Mientras hablan del corner del partido de ayer tal vez su hijo drogadicto se esté yendo a vivir a Burkina Faso y su mujer se esté acostando con su jefe. Pero de eso no hablan. Porque el tema central de conversaciones es siempre el fútbol. Y para poder tener algún protagonismo hablando de fútbol, hay que estar informando. Y para estar informando hay que mirar los partidos, porque si no, ¿de qué van a hablar?

4- PARA CREERSE "CRACKS"

¿Qué posibilidades de sentirse un triunfador tiene un hombre hoy en día? Salvo que pesque un pescado así de grande, o que meta un gol, casi ninguna. Como pescar no es tan fácil, lo que tratan los hombres es meter goles. Y aunque no los metan ellos, al menos gozan sintiendo que los mete un jugador del equipo de sus amores. Entonces (de manera incomprensible, pero con lógica masculina) ellos se sienten habilitados para gritar: “¡GANAMOS!”.
No hay niño que al patear un penalty no se haya sentido el mejor goleador del mundo. Ya creciditos, los hombres saben que eso de ser héroes del deporte no les va a suceder jamás. Y tampoco lo de ser héroes de ninguna otra cosa.
Mirar un partido los retrotrae al bello tiempo de la infancia cuando aún creían que el destino les deparaba una copa, un trofeo, algo… Por haber jugado al fútbol, los hombres saben muy bien lo difícil que es armar un buen equipo y salir adelante con un partido medianamente decente. En la mayoría de los partidos infantiles y amateurs la mayor parte del tiempo se va en ir a buscar la pelota al jardín del vecino.
Ellos saben lo difícil que es atravesar una cancha de fútbol con dignidad, qué inmensa estrategia y concentración demanda hacer un buen pase, y que tremendo esfuerzo físico requiere correr noventa minutos sin perder el resuello y conservando los ánimos de ganar.
Como nunca nadie esperó de las mujeres que nosotras lleguemos al éxito de nuestras vidas metiendo una pelotita en una red, eso nos deja indiferentes. Ellos meten un gol, y se sienten triunfadores en la vida.

5- PARA SENTIRSE IDENTIFICADOS

“¿De qué equipo eres?” Es la pregunta que más se le repite a un infante de sexo masculino. Si contesta: “De ninguno”, lo miran raro. Entonces el chico tiene que elegir una causa a la que brindarse por completo, en cuerpo y alma, para el resto de su existencia. Se supone que tamaña elección se realiza en base a motivos de peso y honor. Pero no. Al cuadro de fútbol elegido como favorito se lo elige entre otros cientos por las razones más absurdas y aleatorias. Al equipo de los amores lo eligen por herencia (“Porque papá/ mi primo/ el tío Antonio... es del Barça ”), por estética ( “Me gustaban los colores de la camiseta”), para evitar enfrentamientos con los amigos del “Cole” (“Porque mis amigos eran todos del Atleti”), por conveniencia (“Porque de niño iba a la piscina del club”), por razones geográficas (“ Es el club de mi ciudad”), o por supervivencia (“Si no decía que era del Real Madrid , me golpeaban entre diez”).
Aunque un hombre no tenga religión, ni patria, ni trabajo, lo que le queda en la vida es ponerse la camiseta amada por otros miles y así sentir que forma parte de la Humanidad.

6- PARA SENTIRSE LIGADOS AL PADRE

Que el padre lo lleve a uno al estadio tiene para los varones el valor de un rito iniciático incomparable: uno ya es grande, puede soportar a los “ultras” y a todo lo que escuchará a su alrededor. Además, el hecho de ser hincha de algún equipo logra la incomparable sensación de identificación con el padre, de pertenecer los dos a una misma "causa" bien viril.
Los hombres de la casa comparten un secreto, un amor único y varonil donde no entra ninguna mujer: el fútbol. No en vano los grandullones siguen yendo a jugar a la cancha los fines de semana. Como la mayoría de las mujeres no necesitamos que nuestro padre nos acepte y preferimos que se enorgullezca de nosotras por algo más que decir que somos de este o del otro club , nunca terminamos de entender esta pasión hacia la Nada.

7- EL FÚTBOL LES DA SEGURIDAD

En el partido todos los hombres son iguales. Todas las inseguridades, ambiciones, problemas y temores personales se dejan a un costado en el acto en que un hombre se pone los pantaloncitos cortos para ir a jugar a la pelota, o en cuanto se sienta en el sofá para mirar un torneo de tenis o campeonato de fútbol.
En el cuadrilátero, la vida tiene sus propias reglas claras e inamovibles: un córner es un córner y en la cancha se gana haciendo goles. No hay sorpresas ni maneras de discutir esto. Por ende, todas las inseguridades personales se esfuman. El mundo externo es anárquico: las leyes parecen estar hechas para violarlas, la competencia laboral es feroz, los inmorales salen impunes, los políticos estafan y las estafas no se condenan y uno nunca sabe dónde está parado.
Esto no pasa en el fútbol, donde dos más dos son siempre - o casi siempre- cuatro. Las reglas se hacen cumplir por un árbitro “neutral”. Los errores se pagan y los aciertos reciben su premio. Siempre. En el fútbol —al contrario de lo que pasa en la vida—, ellos saben a qué atenerse. Nosotras preferimos creer en Freud y en los pronósticos meteorológicos, pero hay gustos para todo.

8- PARA CANALIZAR LA VIOLENCIA

El fútbol ritualiza y hasta sublima la violencia, legitimando la agresión hacia el contrincante. Y esto de tener una forma socialmente aceptada de escupir, insultar y agarrar a trompadas al prójimo es un alivio para los hombres que en el fondo de sus almas añoran la caza del mamut y la época en que invadían aldeas vecinas. Los trabajos cotidianos no requieren de un hombre con su fuerza bruta, salvo para correr muebles o sacar la basura. Gritar: “¡VIVA..!”, hasta quedarse afónicos y tirar algunas botellas al árbitro los llena a los hombres de satisfacción y de un orgullo rayano en el primitivismo absoluto.

9- PARA REAFIRMAR SU VIRILIDAD

Como ellos no tienen dónde mostrar su virilidad, y cada vez están más dudosos de la misma, para diferenciarse de nosotras se aferran más que nunca a un territorio absolutamente masculino: el del fútbol. El fútbol no termina cuando ellos ya no pueden jugarlo, sino que siguen participando de él aunque sea como simples espectadores. El fútbol les da a los hombres la certeza de que son hombres: les reafirma su identidad.
¡Como si las mujeres tuviéramos que ver campeonatos de coser en la tele para reafirmar nuestra feminidad!

10-LES DA UN SENTIMIENTO DE PERTENENCIA

Un profesor de la Universidad de Kentucky llamado John Green escribió en el "Journal of Popular Science" que "si un antropólogo extraterrestre sobrevolara nuestro planeta y viera en todas las ciudades grandes enormes edificios ovalados con un campo cuadrado en el medio, y espacios para ser llenados por decenas de miles de personas, él pensaría que son nuestro templos religiosos". En un mundo con tanta gente distinta, donde las religiones son miles y ya probaron no alcanzar para explicar o paliar el sufrimiento humano, ya no existe una necesidad generalizada de creer en algo. Sin embargo, el deporte le da a millones una sensación comunitaria de luchar todos por la misma causa, de tener algo en qué creer, y hasta de armar bandos en guerra perpetua que reemplacen a la necesidad antigua de sentir que derrotaron a un enemigo en el campo de batalla, que ahora es la cancha. Ese sentimiento de comunidad o pertenencia, de sentir que todos juntos desean lo mismo, y que aunque sea durante 90 minutos son todos hermanos —lograda a veces en una marcha política o en un recital de rock—, es lo que lleva a miles de hombres a seguir perdiendo tanto tiempo con el fútbol. Hace poco ví en un hospital un anciano agonizando, cubierto por la bandera del club de sus amores, como si fuera el manto de la virgen, para que le diera fuerza. Para los hombres, el fútbol es una religión.

11- PARA TENER ÍDOLOS

Los atletas, como dioses que entran en casa, ocupan un lugar especial en el panteón de la sociedad. De un ídolo de fútbol se espera que sea sabio, hábil, simpático, generoso y perfecto como un dios. Si el fútbol es una religión, los jugadores son sus sacerdotes: no nos pueden fallar. Cuando ya no se puede creer en un presidente, en un sacerdote, o en un alcalde como el “Alcalde de los líos”, es reconfortante poder creer en un goleador. Al menos mientras salga “limpio” de los controles antidoping, y antes de que lo compre el club contrario.

12- POR VAGOS

Mis amigos futboleros me explican que cada uno lleva al estadio su propia neurosis, y encuentra allí lo que quiere: o la oportunidad de hacer catarsis gritando como loco hasta quedar afónico, o se saca las ganas de proferir insultos irreproducibles a granel, o va a divertirse con los cantitos, o con las payasadas de un mal jugador, o va a ver si aprende algo de un deporte que no domina. Ninguno sabe bien lo que está pasando ahí. No se puede mirar a veintidós hombres que corren al mismo tiempo. Los partidos son impredecibles, y ahí está la gracia: en la sorpresa del resultado final, y en creerse “pitonisos” si adivinan cómo terminará la cosa. Saber lo que pasa ahí no es importante. Lo importante es mirar y sentir. Pero la verdad es que les fascina ver que los que se cansan son otros, no ellos.


13- PARA CONVERTIRSE EN "SUPERMACHOS"

Un bebé varón pasa los primeros dos años de su vida fascinado intentando embocar palitos dentro de agujeritos. Ya sabemos para qué se está entrenando. Como eso de poner palitos en agujeritos no es una tarea que se puede hacer en grupo hasta que uno sea tan mayor como para asistir a orgías con “swingers”, los hombres debieron inventar otra manera de embocar una cosa adentro de otra de manera grupal que les siga recordando que la principal función en sus vidas es embocar algo dentro de algo. Para ellos es fundamental verificar que pueden meter una pelotita en un agujerito, aún desde largas distancias (golf) , que logran atravesar una red con la pelota (tenis y voley), que embocan una pelota en un aro ( baloncesto), que pueden hacerlo aún atravesando el campo contrario (fútbol), y aunque los contrincantes se le lancen encima para deternerlo (rugby). Pueden hacerlo corriendo agachados y sobre patines (hockey), subidos a un caballo (polo), pueden embocarla con un palo desde enormes distancias (béisbol) o con el agua al cuello (waterpolo). Si los hombres se prueban a sí mismos que pueden embocar algo que sale de ellos en un arco esquivo, pueden quedarse tranquilos. Si lograron meter una pelota –equivalente a un espermatozoide gigante- en un arco -equivalente a un vagina grande-, es que son machos. ¿Qué mujer le puede hacer un reproche sexual a un hombre que hace goles/ tantos/puntos? Aunque él no acierte con meterle un gol a ella, el mundo entero se habrá enterado que está perfectamente capacitado para hacerlo.

¡Por la rebelión cívica de la Villa de Mombeltrán!
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