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11-09-10 13:38 #6082841
Por:No Registrado
Un maestro y una maestra
Merecido Homenaje

Cuando una, en este caso dos personas, han dedicado la vida entera a formar y educar a varias generaciones, lo menos que podemos hacer es reconocer su dedicación y su esfuerzo. No es tarea fácil el magisterio, y su repercusión en los cambios sociales es tan relevante que no se puede obviar la labor de tantos maestros entregados a tan loable vocación. Dejo aquí mi mensaje de consideración a Don Vicente y Doña Clemen e invito a instituciones y organizaciones a que, en nombre de todos los fontivereños, les otorguen el merecido reconocimiento. Quizás la próxima fiesta de San Cipriano aún no sea tarde para ello.

Un maestro y una maestra

Esta profesión nuestra, cierto es, no está reconocida como debiera. Al cabo de los años te das cuenta de que todo el sacrificio, las horas dejadas entre libros, entre niños y adolescentes, no son gratificadas como merecen. La nómina, aunque fuera el doble, tampoco compensaría una actividad que no se elige por la cuestión crematística, sino por convicciones profundas en lo que haces. Las palabras “maestro” y “vocación” son inseparables. Nadie que no esté convencido, que haya querido ser maestro desde niño, será capaz de entender esta tarea en su justa medida. Uno no elige ser maestro, es el magisterio el que te elige a ti, bien a través de tus profesores, de tu entrega a la sociedad, o por intentar arreglar algo este deshilachado mundo.

Todos los maestros hemos tenido maestros que nos han marcado en nuestro particular deambular por aulas y patios. De entre los míos podría hablar de Don Fili, a quien siempre tuve una gran admiración, Don Benja, con quien compartí mis primeras preocupaciones en el “Juan XXIII”, ya como maestro. Luego vendrían otros en Bachillerato, COU, Universidad...Todos dejan una huella imborrable, y quieres ser como ellos y disfrutar como ellos de lo que hacen.

Entre todos, hay dos que por cercanía y amistad quiero recordar: Don Vicente y Doña Clemen.

A Vicente López le conocí ya entrado en aulas y papeles, cuando comencé dando clase, ¡qué manera de empezar!, nada más y nada menos que a mis propios amigos, año arriba año abajo, a los chicos de mi quinta. Primera experiencia e imborrable. Y no fue difícil porque a la ilusión sumaba la suerte de tener como asesor a Vicente, a quien recurría siempre en caso de duda, que al principio son muchas. Esta amistad fue fraguando mientras esperábamos la Celebración del IV Centenario de la Muerte de San Juan de la Cruz. Se nos acumuló el trabajo en el Colegio, en la Asociación, en las Comisiones...En honor a la justicia debo decir que Vicente siempre estuvo ahí para cualquier consulta, apoyo, propuesta. Y ahí sigue estando. Sus consejos, por eso de ir un paso por delante, jamás los eché en saco roto.
Fue con ese motivo del Centenario con el que creamos un Grupo de Trabajo a fin de elaborar documentación relativa a la historia de nuestro pueblo. Entonces, las nuevas tecnologías se limitaban a una máquina de escribir y una cámara de vídeo rudimentaria, por lo que el trabajo exigía muchas horas de preparación, ajustes, elaboración. A esta tarea dedicamos dos años, buena parte de ellos dejándonos literalmente la vista entre legajos del Archivo Diocesano y del Archivo Provincial, alcanzando el nombramiento de “Investigadores Históricos” que nos permitía acceder a otras Instituciones. Tarea laboriosa pero tremendamente enriquecedora. Datos y más datos que cogíamos en “sucio” para después ordenar en casa durante horas. Así un día y otro día, hasta completar un trabajo que hoy conocen muchos fontivereños y cimentado en otro trabajo anterior de otros dos maestros: Doña Sabina, maestra de maestros, y Don José Zurdo, “Pepillo”, no maestro de profesión, pero sí maestro de poetas y gran sabedor del Santo y su obra.
Otra buena parte del trabajo era “pasar a limpio” todos los documentos, ordenar, clasificar...Y quien mejor para ello que Clemen Jiménez.

Clemen realizaba el trabajo lento, el que no se ve, pero sin el que nada tendría sentido. Muchas horas dejadas a golpe de caligrafía de maestra para poner en orden el material. La constancia y el buen hacer de quien posee una gran capacidad de trabajo, unida a una ilusión desbordante, hicieron posible la obra.


Dos maestros, dos personas diferentes en su carácter pero rigurosos en su trabajo, sin dar concesiones a frivolidades ni ligerezas; intentando evitar esa cadencia con cierto grado de dejadez que a veces se observa en quien no está en el lugar adecuado. Vicente y Clemen sí que han estado en el lugar adecuado, y gracias a ellos, a su tenacidad y empeño, podemos decir que el “Juan XIII” ha sido un Colegio donde se han transmitido los valores precisos para que el alumnado se integre en la sociedad haciéndola más justa y solidaria.

En medio del debate sobre la escuela actual y la del pasado, no tuvieron ningún inconveniente para conjugar su convicción en unos valores tan tradicionales como nobles, con una escuela que despega vertiginosamente entre las nuevas tecnologías. Y no renunciaron a sus principios cuando les cambiaban la ley cada cuatro años. Y se ajustaron a programaciones, planes y competencias básicas sin angustia ni desazón, realizando un trabajo impecable.

Hasta los últimos cursos se les vio haciendo cursos de formación. ¿Paradoja? No, todo un ejemplo para los maestros incipientes.

Eran ejemplo de puntualidad para entrar, que no para salir; de compañerismo, siempre dispuestos a ayudarte, a escucharte; de cordialidad, intentando hacerte la tarea más fácil. Y entregados al máximo a su vocación.

Apuesto a que Clemen no ha dejado una sola página sin corregir de los cuadernos de sus alumnos. Y apuesto también a que Vicente no ha dejado un solo papel sin resolver a sus sucesores. No, no eran de dejar las cosas a medias, con pespuntes.

Nada de artificio, pues, en este panegírico. Dos maestros, un maestro y una maestra, entregados en cuerpo y alma a la escuela; la escuela que nunca debió desaparecer entre rivalidades políticas y leyes a la carta. Algunos, no todos, hemos recogido ese relevo y tratamos de mantener el espíritu de una escuela, no tradicional, sino concebida como lugar de encuentro de la enseñanza y la educación, del saber y del ser. Una escuela que no es origen de problemas, sino de resolución de los problemas que antes no llegaban y ahora no cesan de acudir. Doble tarea, por tanto.

En honor a estos nuestros compañeros, nuestros maestros, tenemos que reivindicar esa escuela donde la palabra trabajo adquiere un sentido especial, donde cabe el progreso sin abandonar el rigor, donde caben la tecnología y la caligrafía, las competencias y los valores.

Flaco favor haremos a la sociedad si olvidamos los valores propugnados por esa generación de maestros que, la edad no perdona, van dejando la escuela.
Si el término jubilación viene de ´júbilo´, nunca este fue tan merecido como en el caso de Vicente López y Clemen Jiménez. Que nuestro mayor agradecimiento sea que seguimos contando con ellos, con su experiencia, y ese gesto de complicidad que los alumnos tenemos con nuestros maestros cuando los encontramos. Porque gracias a maestros como ellos, muchos decidimos que nuestra vida fuera la que es, entre libros, mocos y cordones de zapatos. Y nada, nada es más gratificante para quien realmente ha sido elegido para ello.
Gracias, maestros.

Con todo mi afecto,
Javier Sánchez Sánchez
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