Zardaín - Asturias

No es por falta de ganas, que no escribo más en este foro, que miro todos los días, es porque me doy cuenta que corro el riesgo de repetirme continuamente con los mismos temas. Es decir que me falta inspiración. Y no es porque no me encuentre continuamente motivos para hacerlo. Este mes de Junio, que ya termina, era muy duro para todos, y a la vez muy bonito. Los praos, con la hierba alta, había que segarlos, a mano por supuesto, hasta que llegaron las primeras segadoras. Cuatro hombres recios se levantaban a las 5 de la mañana, y con la guadaña ya clavuñada, del día anterior se dirigían a alguno de los muchos praos de chourerio, rechouso, peneo, las duernas, xavandera etc. De madreñas y en perfecta formación, acometían la siega. Para las nueve de la mañana, cuando se veían las chimeneas de las casas, "fumiar" ya estaba terminada la tarea. Y en ese momento llegaba la mujer de la casa, con una cesta bien provista de cafetín, lo primero, pero más "cousas", como unas rosquillas feitas por ella misma o unos freixuelos. A veces también se desayunaba fuerte, a base de chacón o chorizo, sobre todo los segadores que no les hacía falta ponerse a dieta, para conservar la línea, ni tampoco ir al gimnasio con spa y masaje. Una vez bien desayunados, los homes solían irse pa casa, no a descansar sino a continuar con las múltiples tareas que les ocupaban. Y las mujeres y los nenos, nos tocaba esparcer toda la hierba que habían segado estos esforzados hombres. El aroma de esta hierba es uno de los que no se olvida nunca, como bien sabe el que lo haya hecho. Por algo le pusieron el nombre al jabón Heno de Pravia. Los nenos, cuando éramos pequenos, jugábamos con los "toupos" y "escolancios" que nos encontrábamos entre la hierba. Una vez esparcida, ahora le tocaba al sol hacer su trabajo de curarla. Por la tarde había que darle la vuelva y a última hora, "amorenarla" para protegerla del rocío de la noche. Al día siguiente, volver a abrirla, y volver a amorenar hasta llevarla pa casa. Qué alegría y colorido se veia en todas las campas y praos de Zardaín. Las muyeres con pañoleta y coloridos vestidos. Los homes con sombrero o boina, que algunos ni se la quitaban en verano. Los nenos contentos jugando por el prao, porque había acabado la escuela. Los caminos llenos de carros, "cantando los ejes" bien cargados de hierba. Al atardecer, cuando se ponía el sol, agotados por la tarea de todo el día, podía haber un momento para sentarse toda la familia, "nu pico la campa" y observar el trabajo bien hecho. Las tordas y malvises se unían con su canto entre los carbayos a nuestra tertulia. Las vacas en la corte ya bramaban. Había que catarlas. Esa noche íbamos a dormir de buen sueño.