Urbiés - Asturias

Columna de opinión, hoy en La Nueva España:

RICARDO V. MONTOTO En campaña electoral, Rajoy se hartó de asegurar que no subiría los impuestos, pues tal medida iría directamente en contra de la recuperación económica. ¿Y qué es lo primero que ha hecho nada más tomar posesión? Pues subir los impuestos.

Y el caso es que, a pesar de haber dicho lo que dijo durante la campaña, todos sabíamos que, si ganaba, haría lo que ha hecho. Porque en la calle no se hablaba de otra cosa: verás qué palo nos pegan. Y toma palo. Lo asumimos como algo normal; que el político de turno nos mienta no es nada extraordinario y, por tanto, no merece sanción. Porque, de no ser así, malamente se explica el abrumador triunfo del PP. Los españoles eran conscientes de que Rajoy, antes de los comicios, negaría la incómoda evidencia y, aún así, lo votaron en masa. Mentiras piadosas, que se dicen por nuestro bien, para no hacernos sufrir de modo innecesario. Como cuando a uno le van a hacer un tacto rectal y el médico, mientras se enfunda el guante de látex, pretende tranquilizarte diciendo que no te vas a dar ni cuenta cuando, en realidad, uno sabe que está a punto de experimentar un momento de esos que marcan para siempre. Como cuando el albañil afirma solemnemente que despachará la obra en un par de días y que quedará todo niquelado, pero uno es consciente de que ni lo uno ni lo otro es cierto.

Tiene su gracia que ahora proliferen los vociferantes que denuncian la patraña pepera. ¡Pero si eso lo sabíamos todos! Es más, creo que hasta nos gusta que nos mientan. Y lo premiamos en las urnas. Ya lo hemos hecho en ocasiones precedentes. Por ejemplo, lo que nos contó el PSOE en la campaña electoral de 2008 fue falso de cabo a rabo. Y, además, se notaba que lo era. Por ello, ganaron. El pasado 20-N volvimos a ser consecuentes y elegimos las mentiras rajoyanas. Y el secreto del éxito estriba en la calidad de las mentiras, en su sabia selección y administración, para lo que resulta imprescindible conocer el estado de ánimo del electorado. El resto es pan comido.