Morcín - Asturias

Sobre el minuto de silencio en el Congreso por la muerte de Rita Barberá se insiste machaconamente en que hay que respetar a los muertos, y con ello parece que se que quiere olvidar lo que fueron en vida, dando el mismo tratamiento a todos.
El respeto, según el diccionario de la RAE, significa veneración, acatamiento que se hace a alguien, miramiento, consideración, deferencia, y más concretamente, del respeto humano, dice el mismo diccionario que es el “miramiento excesivo hacia la opinión de los hombres, antepuesto a los dictados de la moral estricta”.
Si la justicia consiste en dar a cada cual lo que le corresponde, considero que no es justo el tratamiento igual para todos los muertos, independiente de cual haya sido su trayectoria en vida, porque cualquier “miramiento excesivo, antepuesto a los dictados de la moral estricta” significaría un injusto trato, dando a quien no le corresponde lo mismo que a quien lo merece.
Vaya por delante mi opinión en el sentido de que el Congreso no era el lugar para homenajear a Rita Barberá, porque no era diputada sino senadora, y, es más, porque en otros casos tras el fallecimiento de un diputado, léase Labordeta, se dijo que con carácter general no procedía en ese lugar tal homenaje.
Dicho lo anterior, no quiero, porque no es necesario para lo que pretendo, juzgar la trayectoria política de Rita Barberá, pero me parece que quienes no se sumaron al homenaje que recibió no hicieron más que darle el justo tratamiento que a su juicio les merecía, es decir, tratarla como consideraron que le correspondía, sin excesos “antepuesto a los dictados de la moral estricta”, o sea, sin alabanzas inmerecidas.
¿Qué hay de malo entonces en la actitud de los diputados de Unidos Podemos que abandonaron el salón de sesiones?. ¿Es que no debían opinar al respecto? ¿Hay alguna razón para criticar a quienes no quisieron contribuir, con una postura farisáica, a dar incienso a quien a su juicio no se lo merecía?.