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14-02-11 01:08 #7064055
Por:No Registrado
explosion de ensidesa
El aviso de muerte que nadie quiso oír
Una de las víctimas de la explosión ocurrida en Ensidesa en 1971 advirtió sin éxito a sus superiores del peligro semanas antes del suceso
La familia de Jaime González asegura que hubo un complot entre la compañía estatal y los tribunales para silenciar la negligencia
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14-02-11 01:09 #7064061 -> 7064055
Por:No Registrado
RE: explosion de ensidesa
Una de las víctimas de la explosión registrada en Ensidesa hace cuarenta años advirtió del peligro a sus superiores semanas antes del suceso. «Eso va a estallar en cualquier momento en el focico de los más inocentes», repetía a su familia un día tras otro Jaime González Álvarez, maestro industrial y uno de los responsables del mantenimiento mecánico en la acería. Así fue. A las diez y treinta y siete minutos de la mañana del 6 de febrero de 1971, sábado, una caldera de vapor y agua sobrecalentada de la acería LD-I saltó por los aires. El hombre que advirtió del peligro de muerte fue una de las víctimas. Falleció dos días después en la unidad de quemados del hospital madrileño de La Paz. Tenía 39 años, mujer y cuatro hijos de entre 5 y 17 años. Su familia intentó demandar a Ensidesa pero se encontró con un muro de silencio. Asegura que hubo un complot de la compañía estatal y de los tribunales para silenciar una negligencia que se saldó con diez familias destrozadas y más de ochenta heridos.

Arturo González Cienfuegos era un quinceañero cuando perdió a su padre. De aquello hace cuarenta años pero todavía hoy sigue recabando información sobre lo que ocurrió aquel fatídico día y lo que envolvió al suceso. «Mi padre advirtió de que las válvulas no respondían y que el calderín iba a acabar explotando. No le hicieron caso. La producción primaba por encima de la seguridad, por encima de todo», relata González Cienfuegos, que prepara un libro sobre la explosión de Ensidesa y las consecuencias que tuvo en su familia.

Jaime González era uno de los responsables del mantenimiento mecánico de la acería y enlace sindical. Pertenecía a la rama más progresista del sindicato vertical. «Semanas antes del suceso detectó que las válvulas de uno de los calderines estaba en malas condiciones, atascada y que no respondía. Unos días antes, de hecho, estuvo con varios operarios intentando desatascar la válvula de seguridad porque la caldera empezó a coger presión y el mecanismo no respondía. Hizo partes para avisar del peligro pero esos informes fueron obviados», explica Arturo González.

Siempre según el relato familiar, el día de la víspera del accidente Jaime González avisó a sus superiores de que había que detener la instalación de inmediato. Su petición volvió a caer en saco roto. «No será para tanto, que espere al lunes que hay una parada programada», obtuvo por respuesta. Esa noche, como tantas otras, buscó desahogo en su mujer, Aida Cienfuegos, más conocida en Llaranes por «La practicanta». Le explicó que el calderín funcionaba igual que una olla express: «Cuando la válvula se queda atascada la olla sigue calentando hasta que revienta». Para entonces el maestro industrial parecía oler la muerte. Se planteó no ir a trabajar al día siguiente. Su esposa le propuso pedir la baja. Él cerró la conversación con cuatro palabras: «El trabajo es sagrado».

El sábado fatídico, Jaime se reunió con el ingeniero jefe de área a las nueve de la mañana. «Le dijo que se estaba pensando seriamente aceptar un puesto en Madrid que le habían ofrecido y le contó lo del seguimiento de la válvula. En ese momento llegó una delegación japonesa a la fábrica y se emplazaron para continuar con la conversación un poco más tarde, así que mi padre se fue para el taller», detalla su hijo Arturo, el tercero de cuatro hermanos.

Minutos después hubo un estallido ensordecedor. La caldera de la acería LD-I había volado por los aires. Eran las diez y treinta y siete minutos de la mañana. «Mi padre acababa de llegar a la oficina y de sentarse junto a otro compañero cuando explotó el calderín. La nave se llenó de vapor, la onda expansiva arrancó la barandilla de la oficina y cuando salieron de la sala cayeron al vacío. El otro maestro industrial, José Fernández, murió en el acto. A mi padre lo rescataron y lo trasladaron al Hospitalillo», cuenta.

El sanatorio de Ensidesa se convirtió en cuestión de minutos en una especie de hospital de campaña bajo la coordinación de Mauro Aguado. «El hospitalillo se vio superado, mi madre dice que aquello era un caos. Según llegaban los heridos, a decenas, les ponían una u otra etiqueta en función de su gravedad», prosigue. A su padre lo etiquetaron como leve. Tenía el 75 por ciento del cuerpo quemado.
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