Castrillón - Asturias

Francisco L. JIMÉNEZ
María Eugenia García es la avilesina que más juguetes tiene, claro que lo suyo no tiene mérito porque lleva rodeada de ellos casi desde que nació. Cuando apenas contaba seis años ya se escapaba por las tardes a la tienda de sus padres, Eugenio García de la Fuente y Mercedes del Río López, para jugar con los cientos de «cacharritos» que llenaban las estanterías de aquel bazar de tan grato recuerdo para muchos avilesinos que, allá por la década de los años sesenta, abría sus puertas en la calle Rivero. El comercio se llamaba, y se sigue llamando Majafrán, la contracción del nombre de María Eugenia y Francisco Javier, los dos primeros hijos que tuvo el matrimonio. Luego vinieron otros tres -Juan Manuel, Paloma y Mercedes- y todos corrieron por aquellos pasillos y tuvieron el privilegio de ser los primeros niños avilesinos que conocían las novedades del sector del juguete.

Porque Majafrán, que empezó como bazar, acabó siendo una juguetería y en el subconsciente de la chiquillada local algo así como la casa de los Reyes Magos. Cincuenta años contemplan desde este mes la historia de esta firma tan querida por los niños de la comarca, motivo más que sobrado para que la empresa esté por la labor de tirar la casa por la ventana y celebrar el acontecimiento con todos sus clientes durante los próximos días.

«Mi primer recuerdo infantil es en la tienda, trasteando entre las vajillas y otros enseres domésticos. Tanta afición le cogí que aún hoy sigo jugando a las cocinitas», bromea María Eugenia García, una ardiente defensora del juguete clásico que sin embargo -a la fuerza ahorcan- no le hace remilgos a vender también en su juguetería artilugios electrónicos. «¡Qué remedio!, pero que conste que no hay nada que desarrolle más la imaginación de un niño o niña que un juguete de toda la vida, sin mayores artificios, ya sea una muñeca o un juego de construcción», alega en su defensa.

Majafrán ha tratado en todo momento de ir con los tiempos y ahí radica, a juicio de los actuales gestores del negocio, la propia María Eugenia García y su hermano Juan Manuel, la clave de su longevidad. Llegaron los hipermercados y el varapalo fue considerable para el pequeño comercio urbano que, no obstante, contraatacó: «Nos adherimos a una plataforma de compras para abaratar los costes y hoy en día podemos presumir de tener los artículos al mismo precio que cualquier gran superficie», afirma la juguetera. Para esta mujer, «el cambio de hábitos comerciales que motivaron las grandes superficies acabó siendo positivo para nosotros: nos obligó a especializarnos y ser mejores vendedores. Personalmente me hustaría que en el centro de Avilés hubiese una firma con tirón, tipo El Corte Inglés; eso generaría más ambiente en la calle y la presencia de público se acaba traduciendo, a poco que las cosas se hagan bien, en ventas».

Los ojos de María Eugenia García están acostumbrados a diagnosticar los antojos de los niños, las dudas de los padres ante una compra incierta y la ilusión de quien desea con todo su alma un juguete determinado. «En cierto modo tratamos de ser asesores de los padres en materia de juguetes, porque no siempre lo caro es lo mejor ni lo que el niño pide lo más oportuno», explica.

Majafrán, como cualquier otra juguetería moderna, trabaja con un catálogo que tiene cientos de referencias lo que, además de un problema logístico, plantea otro de decisiones de compra. ¿Qué juguetes van a arrasar en la próxima campaña de Navidad? Esa es la pregunta del millón. De acertar la respuesta a fallarla media una inversión de muchos miles de euros. La clave, según María Eugenia García, está en conocer con antelación qué van a anunciar en la tele los fabricantes. «Es infalible, lo más anunciado es siempre lo más vendido», afirma. O sea que, tomen nota: para esta Navidad los juguetes que pedirán sus hijos son, entre otros, las muñecas «Monsters High», ordenadores y PDA infantiles, los artículos de la serie «Cars», los «Transformers» y la Nintendo 3D de bolsillo. Se lo dice una juguetera con 50 años de experiencia.

Yo de los que me acuerdo en Avilés eran de "El Duro" (Precios Únicos) hoy desaparecido. El mote de "El Duro" no era por su dureza, sino porque muchos pequeños juguetes costaban eso: un duro (cinco pesetas).

Y en la calle La Cámara estaba Victor Pi (o Py, ahora no sé muy bien cómo lo escribían) Eran los dos comercios clave, donde los niños de Castrillón (ya grandinos) que acudíamos al viejo Instituto Carreño Miranda, pegábamos la narizuca al escaparate para contemplar extasiados el precioso ferrocarril eléctrico que recorría sin cesar aquel trayecto tras la cristalera (en tiempos navideños).

Después nos mandaron a la Escuela de Comercio de Salinas, adaptada como "Instituto libre Adoptado", y se terminaron nuestras correrías por La Villa, y las singladuras mañaneras en los amarillos vehículos de Ángel Blanco.

que buenos recuerdos y tambien teniamos en aviles el bazar san jose en la calle de correos alli mi madre compro durante muchos años mis juguetes para reyes, maddre mia cuantosssssssssss añossssssssssss han pasado que mayores nos estamos haciendo

¡Qué van a pasar los años!: cuatro días. Y de mayores nada, cada vez con más ganas de vivir (o sea jóvenes)

Pero ahora quiero contaros una de risa (y nostálgica):

Montábamos en el Autobús de Ángel Blanco, y dábamos al cobrador (sentado en una especie de garita metálica, al lado de la puerta trasera) el bono-bus de estudiantes (los más osados fumábamos ya el primer Celtas mañanero para testimoniar públicamente nuestros hábitos del adulto que no éramos todavía) La parada estaba en el parque, frente a la fuente, más o menos por donde se ubicaba el kiosco que vendía chucherías y hacía las garapiñas allí a la vista de todos, con aquel olorín que se extendía por las calles adyacentes de La Fruta, y Sabugo en frente, por la plaza del mercado y hasta el muelle de donde salían las lanchas que cruzaban la ría a los vecinos de la otra orilla.

Bueno, pues frente a la parada de los autobuses de Ángel Blanco estaba el antiguo Café Colón... con tan mala suerte (para ellos) que se entraba mediante una puerta giratoria, hoy desaparecidas en aras de la seguridad.
Los guajes bajábamos e íbamos directos al Café Colón para entrar y salir mediante el artilugio giratorio (un juguete que a nosotros nos semejaba la noria... pero gratuita) las escurribandas de los camareros llegaban escasamente hasta el Banco Hispano (cruzando la calle) y pienso que lo hacían más por evadirse momentaneamente del trabajo que por atrapar algún guajuco que corría como demonio.
Hasta que un día se atrancó la puerta atrapando en el interior (sin poder entrar ni salir) a Ramón -"El Zipi"-
Tuvieron que desmontar aquel enrevesado artilugio giratorio, y a partir de entonces cambiaron el sistema para evitar percances con aquella pandilla que llegaba, igual que una inundación escolar, en los autobuses de Ángel Blanco y del Tranvía.

Sirva esta anécdota como recuerdo a José Ramón Gómez Vázquez (El Zipi) De Salinas, querido por todos sus compañer@s y amig@s... que murió siendo todavía un niño.

Maravillosa y entraÑable historia de aquellos aÑos, tan llenos de alegria, inocencia y nostalgia. efectivamente por aquel entonces habia muchas puertas de esas giratorias que en mas de una ocasion provocaban inconvenientes, sobre todo en los bancos. todavia tenemos una en el hospital san agustin, que no se bien a cuento de que esta puesta, cuando mas comoda seria una de esas que abren y cierran con cedula.

Enfin cuando quieras puedes seguir deleitandonos con eses histories de antaÑo que son les autentiques y les buenes

Un saludo a todo castrillon pepe