Castrillón - Asturias

Hay en la comarca un afamado concurso de tiro con gomero. Para tod@s l@s participantes, y en especial para el marido de una forera amiga mía que participa en el concurso, dedico este relato:


Las bandadas de peregrinas aves que barruntaban la invernada, después de sobrevolar los barrios del Campón y l'Agüil, pósanse en las aguas estancadas bajo la espadaña y los juncos de la buelga.
Tras una semana sumergidos en una llovizna borrinosa, constante, persistente, que calaba hasta los huesos, a medio día parece que albanció.
Al ser tiempo de esfoyaza, las mujeres de la aldea aprovecharon para bajar a coger la espadaña con la que tejer las panoyas en riestras que los esforzados mozos colgaban de la baranda, atechadas bajo el tejado del hórreo. a fin de que el largo y fosco invierno fuera secando el maiz a la intemperie.
Como el bureo de la cháchara femenil espantaba las aves, cogí el gomero y salí a ver si caía algo (las más de las veces volvía sin nada después de practicar la puntería contra la caña saliente de algún sufrido árbol) aunque lo suplía la sobrada caza cobrada a guindón o a liga.

Desde lejos ya divisé un ñerbatu que, sigiloso y al acecho, bebía traguinos cortos e inquietos de un charco estancado por la lluvia contra el suco. Al tiempo levantaba precavido la cabecina, barruntando las posibles incidencias en aquella apacible mañana, densa de lluvia y de nubes bajas.
Acurruqueme, y a pasinos cortos, azombado para abultar lo menos posible fui recortando el terreno hasta cobijarme detrás de un mato a escasos metros del ñerbatu. Algo presintió más que vio, porque con vuelo corto y asustadizo voló hasta encaramarse en una blimera que hace de finxu a la pomarada de Carmelona, contra los corrales del mi amigo Santiago el Carbonero.
Metí una piedruca mediana en la badana del gomero, y como las gomas atadas a la forqueta eran de rueda de bicicleta, estiré todo lo que me daba el brazo.
La blima cedió por el peso del pájaro y tornó flexible a su sitio en un saltín menudo que dio el ñerbatu para equilibrar.
Solté la lengüeta de badana y el morrillo salió disparado. Sentí el morrillazo seco con que la piedra sonó al impactar en el cuerpo del ave. Al punto la brisa expandió en el aire un puñado de plumas oscuras y el ñerbatu vínose al suelo aleteando inútilmente incapaz de levantar el vuelo, herido de muerte. A trote rápido llegué sin resuello hasta donde el ave daba los últimos estertores y cobré la pieza aún caliente.
Desplumómelo mi madre y guisolo junto a media docena de tordos que cacé en tres guindones enterrados, con merucas de cebo a la vista, detrás del gallinero.

Media vida hace de esto que os cuento, y todavía hoy, en mis más horrendas pesadillas contemplo con absoluta nitidez e irrefrenable estupor, la puntería de aquel guajuco agazapado detrás del bardial, gomero enristre, y al pobre ñerbatu abatido inmisericorde al escampar la tempestad en aquel otoñal día... propicio para cazar.

y quien ye la tu amiga

jjajaja que bueno