Patatas fritas <<Nuestra primera discusión grave fué en la cocina, a los dos años de casarnos. La culpa fué de las patatas. A ella le gustan poco hechas y a mí, casi quemadas. Que crujan. Ambos mantuvimos ocultos nuestros gustos durante el noviazgo y en la primera fase del matrimonio. Fingimos o callamos cuando uno freía las patatas a su manera y el otro las comía sin rechistar. Aquella mañana, sin embargo, las caretas cayeron y la sartén nos causó la primera quemadura en la convivencia. Qué, dijo ella con aire inocente, hoy querías comer patatas al carbón. Están como siempre, dije yo. O sea, calcinadas, dijo ella con un punto de sarcasmo en la voz que no me gustó nada. Ella no era sarcástica. Mejor dicho, sí lo era, lo sé ahora, pero me lo había escondido. Bueno, dije, mejor así que crudas. Su tenedor crucificó una patata con tanta fuerza que la partió en dos y un trozo abandonó el plato y cayó al suelo. Deberíamos hablar seriamente de esto, dijo con voz queda. ¿Seriamente de patatas? pregunté con un brote de sarcasmo. Yo también soy sarcástico, pero se lo oculté. No, dijo ella, hablar seriamente de respetar los gustos del otro. Cogí una patata con los dedos y la mordí lentamente para rendir homenaje al crujido. La verdad es que se habían quemado demasiado, pero nunca lo admitiría. ¿Y quién decide qué gustos mandan?, pregunté yo. Es fácil, dijo ella, tú freirás tus patatas y yo freiré las mías. Y así empezó todo. Tres años después, ella hace su comida y yo la mía, dormimos en camas distintas y los domingos ella va a comer con sus padres y yo con los míos. Los viernes por la noche sale con sus amigas y yo me quedo jugando a la Play. Hemos firmado tantos pactos de respeto a nuestros gustos que parecemos dos enemigos compartiendo trinchera. En fín, así es la vida. Fuimos felices disimulando durante el noviazgo y cuando pasó el interés y dejamos de disimular, descubrimos que éramos dos extraños que veían por separado la tele. Supongo que el capítulo siguiente es que uno de los dos se eche amante. Yo lo tengo difícil porque me da pereza poner otra máscara con una desconocida a la que llorarle penas, así que le dejaré a ella el privilegio de dar el primer paso. La creo muy capaz. Ültimamente la veo relajadísima.>> TINO PERTIERRA La Nueva España 28-10-2008
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