Avilés - Asturias

Avilés guarda en su interior su cogollo mas brillante, jugoso y tierno, como las cebollas: por fuera fea, a punto de desprender su caparazón más visible, dirías. Así es Avilés. Cuando el viajero llega se topa con kilómetros y kilómetros de fabrica negra y desvencijada, enormes chimeneas humeantes, chatarra, hierro y fosco carbón. Pero enseguida la ría, recuperada, abre un destello de esperanza. Quien penetre en el cogollo de Avilés disfrutará los encantos de una ciudad medieval, con altas iglesias y palacios de piedra, orgullo de una clase social ególatra y altanera.

Las calles de Avilés, que es lo que nos atañe al paseante mirón, tienen las aceras protegidas por soportales para que el ciudadano pueda desplazarse, bajo techo, los días más lluviosos, en este sentido el viajero debe recorrer Sabugo, Galiana, Rivero, la Ferrería, el Carballedo,el Parche, calles emblemáticas de la villa donde buye el deambular de Avilés entre comercios, bares, sidrerías, restaurantes y... pastelerías. ¡Ay las pasteleráis! Mira: el turista podrá hartarse de comer en Avilés pescado a las mil maneras de la variada cocina cantábrica: a la brasa, Cocido, frito, al horno, a la espalda, a la cazuela, relleno, crudo (carpacho), disfrutará de la cocinona tradicional Asturiana: pote de berzas, fabadona, las mil formas de carnaza... pero como la repostería de Avilés no hay igual. No citaré más, como ejemplo, que la crujiente milhoja, delicadamente tratada en sus distintas capas, de crema, merengue, cabello de ángel (a veces), y la última, crespa, espolvoreada de azucar glass... o los cremosos piononos, las bombas mojadinas. Como punto final afirmo que las marañuelas y el bollo de pascua de Avilés no tienen parangón en el mundo. Solamente por tener acceso a estos postres exclusivos merece la pena un viaje a la villa del Adelantado, a poco yambión que uno sea.

Pero digo más, si el viajero visita con calma la ciudad (como debe ser), piérdase por los barrios, entre en las sidrerías de Llaranes o Villalegre, la Madalena, a probar el sabroso néctar de las pomaradas de Asturias y a catar la miriada de sabrosisimas tapas que acompañan al rito de la sidra. Si encuentra (en temporada) oricios, no haga ascos y saboree las riquisimas huevas y algas que componen el interior del sabroso marisco. Si por ende surge algún cantar, al alto la lleva, no se asuste el forastero, no es discordia, es el espiritu Asturiano de la vieja arcadia que nos contaba D. Armando Palacio Valdés, manifestándose en el dulce canto sentimental de los Asturianos.

Fdo. V Castrillón