RECORDANDO UNA NOCHEBUENA DE LOS 60. Hoy,o ayer todo lo mas, darían el aguinaldo a mi padre y a todos los trabajadores de la fábrica: pollos (vivos), turrón y vino; según la familia de cada uno. Los guajes, espectantes tras una valla, veíamos a los lejos el camión de reparto y la cola de los hombres a la espera de lo suyo. Bajabamos a buscar a nuestro respectivo padre hasta el límite posible e intentábamos llevar, cada uno, a nuestra casa, aquellos pollos retozones que, si nos descuidábamos, nos picoteaban las piernas desnudas por el pantalón aún corto. Íbamos alborozados; como si algo festivo o extraordinario estuviese a punto de pasar. Mañana, noche de Nochebuena. Esperábamos ansiosos la noche que nos íbamos a ir tarde a la cama y en la que, a lo mejor, podríamos fumar algún pito ante el descuido intencionado del padre y la mirada cómplice de la madre. Seguro que después de cenar aquellos pollos de la manera que fuese y comer el turron y dulces, igual se escapaba un sorbín de coñac o de anís. Tambíen, igual íbamos o venían los vecinos y aquella noche descubrías que tú padre o tú madre cantaban bien pero, delante de otros, te daba un poco vergüenza; sobre todo cuando se ponían a bailar. Al final, si nos juntábamos bastantes y como la casa era lo que era: pequeña, terminábamos los guajes en algún portal hablando y haciendo cosas de guajes mientras los mayores se contaban sus historias entre la nostalgia, algún chiste verde, alguna canción de amor, el Anís del Mono y el coñac Veterano. No hizo falta mas para ser inmensamente felices aquella Nochebuena. |